Por Pedro Juan González Carvajal*
Es claro que cada época trae su propio afán y que a los
humanos se nos reconoce de manera individual asociados a nuestras propias y
particulares vivencias y circunstancias.
El perfil genérico de los directivos de hoy es bajo, ya
porque el complejo mundo por enfrentar los avasalla, ya porque la nomenclatura
de directivo se asocia en la realidad con la de administrador, los cual nos
coloca en dos mundos diferentes.
El directivo planea, prospecta, se imagina y construye
escenarios y permanentemente está proponiendo alternativas. El administrador
maneja la rutina, lo operativo, y está a la espera de las instrucciones que su
superior le encarga.
Al directivo se le exige claridad de objetivos, buenas
relaciones con los colaboradores y públicos en general, excelente capacidad de
comunicación, disciplina y seguimiento a los objetivos trazados, capacidad de
riesgo y pasión por lo que hace.
En el hoy, el actuar administrativo está rodeado de
procesos, de certificaciones, de numerosas reuniones, de búsqueda de consensos,
de reglamentaciones, de innumerables interacciones no productivas, de mucho
activismo y poca productividad.
El directivo actual debe ser un vendedor nato de ideas, de
productos y de servicios. Debe tener la capacidad de plantear nuevos modelos de
negocio y debe hacer que la organización a su cargo se oriente hacia los
resultados, y para ello debe generar mecanismos permanentes de medición y de
seguimiento y sobre todo servir de guía y de ejemplo.
El verdadero directivo debe ser proactivo, propositivo y
casi que obsesivo con el planteamiento y difusión de los objetivos a alcanzar
teniendo en cuenta los recursos disponibles y la temporalidad requerida para
que la oportunidad y la pertinencia sean una realidad y no una quimera.
No es directivo quien espera instrucciones y de manera
obediente realiza lo que le mandan. No es directivo quien no asume riesgos y
responsabilidades individuales.
No es directivo quien no es reconocido por los otros como
quien sabe orientar el barco. No es directivo quien cae en la desazón y en el
desencanto cuando los resultados le son esquivos. No es directivo quien pierde
la alegría y el compromiso ante los resultados adversos. No es directivo quien requiere
tener a quien delegarle las responsabilidades para que la equivocación sea un
hecho plural y no individual.
El directivo no busca justificaciones ni da explicaciones
estúpidas. El directivo hace que las cosas sucedan. El directivo sabe
dimensionar y colocar todo bajo sus justas proporciones. El directivo sabe
priorizar y sopesar las circunstancias.
El directivo es lógico, racional, frío, calculador, pero
también humano.
El directivo planea, planifica, hace seguimiento, controla
cronogramas y presupuestos, trata de comprender el entorno y reconocer las
variables que pueden afectar la operación pero que no son controlables por él.
El directivo debe propender por la identificación y
construcción de factores diferenciales para su empresa, así como establecer con
claridad quien es su competencia.
Debe mantener un contacto permanente con los públicos de
interés y debe preservar la identidad, el clima y la cultura de la
organización.
A este relacionamiento con los diferentes públicos debe dársele
la importancia debida, pues aquello de “abrir puertas” es una de las funciones
principales del directivo moderno.
Debe ser inflexible con los principios de la ética. Debe
defender el respeto por la legalidad y la competencia leal. Debe resolver problemas
y no aprender a coexistir con ellos.
Debe ser honesto y claro con sus colaboradores de modo que
se construya permanentemente el espíritu de equipo de trabajo y no se contente
con el de grupo de trabajo.
El buen directivo debe tomar decisiones permanentemente y
debe ser consciente que si toma decisiones tocará intereses y que aquellos que
se sientan afectados desfavorablemente, se convertirán en sus enemigos
gratuitos, abiertos u ocultos.
El directivo entiende finalmente, muy a su pesar, que todos
los ritmos son distintos.
Un buen directivo no pretende quedar bien con todo el mundo,
ni pasar “de agache” ante los problemas, ni dilata lo que se tiene que hacer.
Al directivo le debe caber el planeta, el país, el
departamento y la ciudad en su cabeza y debe ser capaz de distinguir y
dimensionar el impacto de las interacciones normales y de las espontáneas que
surgen de las distintas formas de relación, así como de las variables que
pueden llegar a favorecer o dificultar su actuación.
Como dice el dicho, al Directivo debe pedírsele que mande… aunque
mande mal.
El directivo debe ser el motor de la acción empresarial.