miércoles, 23 de noviembre de 2022

¿Negociación o simulacro?

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

La entrega parcial del país a las FARC estaba convenida, incluso desde antes de que Santos se posesionara. No hubo negociación entre gobierno y guerrilla. En cambio, el país fue sometido a un simulacro de seis interminables años, con el fin de hacer creer que había habido un difícil tira y afloje para llegar a compromisos mutuos y “lograr la paz”.

A través de esos largos años se organizó una operación para eliminar la posible resistencia de las fuerzas armadas a la entrega del país, para lo cual se decapitaron seis sucesivas cúpulas militares, hasta lograr una débil y complaciente, mientras se completaba la ocupación del poder judicial por conjurados y los medios eran amansados con copiosa mermelada. Cumplidos esos procesos no fue difícil robarse el plebiscito.

En resumen: una parte lo cedió todo y la otra lo ganó todo, porque el “acuerdo final” es una supraconstitución que somete al país al monitoreo de las FARC. Ellas disponen del sigiloso Cesivi, para autorizar o vetar las decisiones del gobierno. La impunidad la garantiza la JEP, que además ejerce vindicta contra el ejército. La Comisión de la Verdad falsifica la historia y su versión se impartirá en todas las escuelas y colegios, donde también imperará la ideología de género. Curules sin votos. Eliminación de antecedentes judiciales. Enormes partidas para el sostenimiento del Secretariado. Docenas de emisoras. Salarios y “emprendimientos” para los “exguerrilleros”. Eliminación de la erradicación aérea y del glifosato, amén de estímulos para los narcocultivos. Inhibición de la fuerza pública para intervenir. Nula reparación de las víctimas, a las que además se ignora, etcétera, etcétera, etcétera.

Es claro que el ELN entrará a gozar de todo lo ya concedido a las FARC, dentro de lo que podríamos llamar “la cláusula de la guerrilla más favorecida”. ¿Qué más pueden pedir?

Para negociar se requieren partes enfrentadas en sus posiciones y pretensiones, lo que no se dará en la pretendida confrontación Gobierno-ELN.

El Pacto Histórico se presenta públicamente como una organización de fachada formada por una coalición de matices de extrema izquierda, pero en realidad es un mecanismo político dirigido desde Cuba a través del partido comunista clandestino, cuyo “politburó” ha ejecutado metódicamente, durante largos años, el plan estratégico que ha llevado al poder a Petro con el fin de cambiar el modelo económico, jurídico y social. El ELN y las FARC son elementos primordiales dentro del engranaje que actualmente ejerce la totalidad del poder político en Colombia.

En esas condiciones es claro que entre Petro y Gabino no hay discrepancia. Con el ELN, entonces, ya todo está convenido, y por lo tanto veremos un nuevo simulacro de negociación, que avanzará sincronizadamente con el Gobierno hasta que “estalle otra paz”, no sabemos dentro de cuántos meses.

El ELN seguramente exigirá más decisión en lo del decrecimiento de la industria extractiva, del cual han sido precursores volando oleoductos y anegando en crudo tantos ríos. También reclamará mayor rapidez en la “reforma agraria integral”, presionando por un más amplio componente colectivista en ella y exigiendo tolerancia y estímulo de las invasiones de haciendas productivas, para lograr la más expedita forma de desposeer a los odiados terratenientes.

El odio del ELN por la ganadería, la inversión extranjera, las compañías petroleras y la libre empresa, es virulento, mientras en el ejecutivo es solapado, como su titular.

En el fondo, Gobierno y ELN están identificados ideológicamente, sin fisuras, y en consecuencia, a todo lo que pida esa guerrilla se accederá frente a su convidado de piedra.

La entrega será total. Esa, y no otra, será la “paz total”.