miércoles, 16 de noviembre de 2022

¡Francia la parlanchina!

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Los cien primeros locuaces días de Petro acaparan titulares en Colombia, donde lo oímos como si lloviera, mientras en el exterior sus trinos y desplantes se evalúan antes de traducirse en análisis, percepciones y medidas relativas al riesgo-país en que se viene convirtiendo el nuestro, por la palabrería gárrula y las alocadas iniciativas.

En cambio, los reflectores escasean para Francia, a pesar de sus numerosas francachelas, opulentos viajes y generosa labia. En materia de poder, ella no parece hasta ahora tener mucho, pero su soltura de lengua sí es notable. Se me dirá entonces, que por lo primero no vale la pena ocuparse de lo segundo.

Discrepo de esa fácil excusa para no fijarse en Francia, porque ella está en el centro de las corrientes que, en procura de afirmación étnica, se preparan para disgregar el país, sea desde el indigenismo o desde las negritudes.

Pocas cosas hay más maravillosas, desde el punto de vista de la formación, integración y consolidación de un gran país, que el mestizaje. A mayor escala, mejor. Quizá Colombia ha sido el país donde este se ha dado de manera más amplia y exitosa, con el resultado de un gran pueblo.

En cambio, los movimientos woke que llegan de los Estados Unidos implican grandes peligros porque comprometen el futuro de paz cívica hacia el cual ha avanzado el país por los senderos del crecimiento y el progreso, que ahora tienen tantos detractores.

Francia es woke, y como tal acude a la reunión del COP27 en Sharm El Shek, con otra nutrida comitiva. Allá la pilla la Deutsche Welle para un extenso reportaje, que se inicia resaltando que ella es la “primera vicepresidente afro de Colombia”, así que lo digno de acentuarse es la afirmación racista, no la condición de colombiana al servicio de todos sus compatriotas.

La entrevista se ocupará únicamente del “descender de esclavos” y de “poblaciones históricamente excluidas por el colonialismo, la esclavitud y el racismo”.

La esclavitud fue finalmente vencida cuando un líder cristiano, William Wilberforce, logró en 1797 que la Marina Real detuviese y destruyese los barcos que transportaban negros hacia las Américas. El Libertador decretó en 1821 la libertad de los hijos de los esclavos, y cuarenta años más tarde los pocos ancianos de esa condición que quedaban vivos fueron liberados por José Hilario López.

Y si al colonialismo vamos, desde 1819 Colombia logró la independencia, muchísimos años antes que buena parte de los actuales Estados europeos y todos los africanos la conquistaran.

Para no ir entonces más lejos, lo malo que haya sucedido en los últimos dos siglos es culpa nuestra; y lo muchísimo bueno se debe a nuestra gente, cosa que no se reconoce ni en la ríspida izquierda, que quiere hacer creer a los jóvenes que este es el peor país del mundo y el más injusto, ni en los pronunciamientos de Francia. Esta insiste pues en achacar nuestros males a un número indeterminado de países, que llama “sistema de mercado que esclavizó a nuestros ancestros y ancestras y que sigue dominando al mundo”.

Su monótona monserga sigue, hasta llegar a decir que “tenemos mucha legitimidad para levantar la voz y demandar reparaciones históricas (…) en una ruta de condonación de la deuda externa (…) que Colombia pueda condonar (sic) su deuda externa con varios países que fueron responsables tanto del colonialismo como de la crisis ambiental (…) que liberen los recursos en términos de deuda y que esos recursos se inviertan de manera eficiente y eficaz en esas comunidades étnicas, tanto indígenas como afrodescendientes”.

¡Nada pues para el resto, los colombianos mestizos!

Ahora bien, qué bueno sería que los daños que nos han causado otros países —España, Inglaterra y USA, suponemos— se pudieran cuantificar y que esos Estados nos indemnizaran. Pero, señora Francia, qué tal si esos países, a su turno, nos reclamaran por los beneficios culturales, económicos, científicos y técnicos, como la lengua, la religión, la medicina científica, el ganado, hortalizas, frutales, forrajes, aves de corral, matemáticas, ingeniería, vacunas, higiene… Y si además compensaran los beneficios de los saberes ancestrales, tan recomendados por usted, contra lo que a ellos les costó, por ejemplo, la sífilis, que llevaron de América y que se vino a curar apenas con los antibióticos, de innegable procedencia blanca y heteropatriarcal.

Antes de considerar la historia como un plano único e intemporal de lucha entre buenos y malos, Francia debería recapacitar. Los afrodescendientes en América Latina no estarían aquí si los caciques de las costas africanas, que vendían sus gentes a los mercaderes árabes de esclavos, no hubieran ampliado su mercado a los negreros europeos. Para ser consecuente, ella debería solicitar también reparaciones históricas y económicas a los actuales Estados africanos, de cuyos territorios fueron exportados tantos negros por, los antecesores y las antecesoras, de los actuales gobernantes y gobernantas…