Por José Alvear Sanín*
Este título posiblemente no sea el mejor para
el comentario que me suscita el impresionante libro “La amante del populismo”, de Marcos Aguinis.
Primera edición colombiana: Bogotá; Plaza Janés / Penguin Random House; 2022; 283
páginas.
Estamos en presencia de una original novela en
forma de reportaje imaginario, que Aguinis, novelista y ensayista argentino,
autor de dos docenas de libros importantes en su país, le hace a Margherita
Sarfatti (1880-1961), brillante historiadora de arte y periodista, de rica
familia judía, que desde antes del ascenso al poder de Mussolini (1922), se
convierte en una de las pocas amantes duraderas del obseso sexual, que se
ufanaba de haber poseído 500 o más mujeres.
Como el centenario de “la marcha sobre Roma” se
celebra por estos días con numerosas publicaciones acerca del fundador del
fascismo, el libro que comentamos cobra actualidad como retrato del dictador
italiano, bien evocado a través de las memorias de la Sarfatti, recreadas
vigorosamente por el escritor.
En la década de 1930 Margherita escribió una
historia de la pintura moderna, un ensayo, Giorgione,
el pintor misterioso, y una biografía de Benito Mussolini. Su relación con
el Duce dura casi veinte años y llega a su término con la tardía aceptación del
antisemitismo por parte del italiano, cuando este se deja arrastrar por Hitler
hasta el extremo de acompañarlo en la guerra. Entonces Margherita huye de
Italia hasta recalar en Argentina, y en una serie de libros revela las miserias
del dictador, la violencia de sus seguidores, la corrupción del régimen y la
codicia, promiscuidad y vulgaridad de su entorno familiar.
Ágil, bien documentado (a pesar de los errores
en la página 147 sobre ciertos visitantes a la villa de la Sarfatti, en Como),
y mejor escrito, el libro merece amplia recomendación. Ofrece detalles muy
interesantes sobre la triste infancia, la indigencia del hogar, la juventud
vergonzante y los años del revolucionario marxista, que convertido en hábil
político, da la espalda a sus copartidarios socialistas, asciende al poder
supremo y, transformado en enemigo del comunismo, organiza el primer gran
movimiento populista, el fascismo.
Mussolini llega al poder, llamado por el rey,
dentro de la legitimidad parlamentaria, con el fin de solucionar una crisis
profunda, para luego apoderarse de todos los resortes del Gobierno y ejercer
una dictadura totalitaria.
De las páginas del libro emerge el dictador
como depravado sexual, resentido, demagogo oportunista, sanguinario déspota,
que, gracias a la propaganda incesante y a la censura de los medios, lo sigue
fanáticamente, hasta el despropósito de la humillante alianza con Hitler, que
conduce a su país a la guerra y la miseria.
Las izquierdas han acuñado la palabra fascista como el segundo insulto y el más
frecuente para quienes no piensan como ellos, reservando el calificativo de neonazi para justificar la violencia
verbal o física contra sus principales opositores. Olvidan que el origen de
comunismo, nacional-socialismo y fascismo se encuentra en las doctrinas de
Marx, en la praxis subversiva y en el propósito destructivo de todas las instituciones
para la creación, en cada caso, de su respectivo “orden nuevo”. El “hombre
nuevo” que de allí surge estará sometido a la voluntad de un Estado, cuyo líder
infalible le indica cómo creer, pensar y actuar. Il Duce ha sempre raggione…
Las similitudes entre comunismo y fascismo no
escapan al demoledor análisis de ambas formaciones que hizo en 1935, cuando
Mussolini y Stalin estaban en el apogeo, Laureano Gómez en un libro memorable, “El cuadrilátero”, donde también
despedaza a Hitler y, en cambio, exalta la figura de Gandhi.
En esa obra el doctor Gómez reivindicaba la
doctrina conservadora, que se basa en el respeto de las creencias y en la
libertad de los ciudadanos y busca el bien común para mejorar gradualmente los
países. Así concluía:
Es un signo de miopía política ver oposición entre estas
dos formas de Estado, en lugar de casos sucesivos de la misma tendencia. Y es
erróneo ensalzar el fascismo como remedio y escudo contra el bolcheviquismo; ni
a este último como la defensa contra el ímpetu reaccionario del primero.
Nada más contrario al fascismo que el
conservatismo, amenazado por aquellos años de infiltración fascista, mientras
el liberalismo aceptaba con simpatía la influencia comunista.
Leyendo las revelaciones de la Sarfatti no he
podido dejar de pensar en cierto paralelismo con personajes de la actualidad
colombiana, y recordando a Laureano he cavilado sobre la naturaleza del régimen
que puede sobrevenirnos si se tuercen deliberadamente las instituciones, para
establecer un nuevo orden totalitario mediante la combinación de la mermelada
parlamentaria, la demagogia y la entrega del gobierno a los grupos violentos
afines a él.