Por: Epicteto, el opinador
“Dinos, Epicteto, cuál es tu opinión
sobre las marchas de protesta contra el gobierno en Colombia, ¿se deben
suspender antes de que los manifestantes empiecen a cansarse, o deberían
continuar?”
La respuesta a la pregunta de mis habituales contertulios fue la siguiente:
Lo
importante es buscar el verdadero sentido de la protesta. Existen suficientes
razones para seguir protestando, empezando por el espurio origen de los
elegidos dentro del proceso más fraudulento del que se tiene noticia en la
historia del país. Lo que aún no nos explicamos es cómo ni el Gobierno anterior
ni los jueces, ni los organismos de control, ni las autoridades electorales se
dieron por enterados de las múltiples anomalías denunciadas y omitieron
correctivos tan elementales como el de hacer reconteos de votos en los lugares
donde se sospechaba la presencia de las prácticas fraudulentas.
De
otro lado, han bastado 90 días, para que el país empiece a desmoronarse en
todos los aspectos: el de la seguridad, pues ya es la criminalidad la que
gobierna y cada vez es premiada con más impunidad; el de la economía con un
dólar a $5.200, precio al que jamás había llegado; con una reforma tributaria
que encarece el costo de vida para todos los colombianos y afecta hasta la
canasta familiar; con una inflación que en lo que va corrido del año llega al
23%, la más alta en los últimos 23 años;
con la pérdida del 31% de los ingresos de cada colombiano; con graves amenazas sobre el sistema de
salud, uno de los mejores del continente; y cada día, nos trae una nueva razón
para la protesta.
Pero
el sentido que le debemos imprimir a la protesta no es el de humillarnos ante
la adversidad, sentir angustia, desesperación o apatía por lo que nos ha tocado
vivir. En una palabra, no actuemos como las víctimas que conducen como un
rebaño hacia el matadero.
En
un estupendo video nos transmite ese gran colombiano que se llama Andrés Felipe
Arias la siguiente frase de Viktor Frankl: “Cuando
ya no somos capaces de cambiar una situación nos encontramos ante el desafío de
cambiarnos a nosotros mismos”.
Allí
está la verdadera respuesta. No esperemos que el gobierno de Petro caiga porque
salgamos a protestar. Tampoco nos hagamos la ilusión de que, por obra de sus
equivocaciones, llegue a perder las próximas elecciones, pues ya está probado
cómo manipula los resultados electorales. Si no podemos cambiar las cosas por
esos medios, cambiemos nosotros mismos: Dejemos de comportarnos como víctimas y
convirtámonos en sobrevivientes. Adoptemos una actitud serena, responsable y,
sobre todo, inteligente, ante el desastre que envuelve a nuestro país.
¿Cuál
es, entonces, esa actitud inteligente, de sobrevivientes, ante la necesidad de
protestar? Demos sentido a las marchas. Deben tener como único objetivo el
derrocamiento del gobierno comunista de Petro mediante la no violencia, la
desobediencia civil y la no cooperación, tal como lo enseñó Gandhi cuando, con
esas armas, derrotó al poderoso Imperio Británico.
¿Qué
se requiere para lograr el objetivo? Tres cosas: 1) Que cambiemos nuestra
actitud de víctimas por la de sobrevivientes, 2) Que organicemos a los
marchantes. Basta con pedir a cada uno, empleando los medios electrónicos, su
nombre, número de celular, actividad principal y municipio de residencia. De
esta manera, los dirigentes de las marchas pueden saber con quiénes pueden
contar y agrupar a cada uno de acuerdo con sus vínculos naturales, el municipio
y su actividad personal. 3) Que diseñemos la estrategia escalonada de las
marchas hasta la paralización total del país y la asunción del poder por parte
del pueblo, sin intermediarios políticos, representado por los comités
previamente seleccionados a partir del municipio y de la actividad laboral.
Pensemos,
con el nuevo sentido que debemos dar a nuestro destino, que podemos romper el
aforismo vigente desde Maquiavelo hasta nuestros días, de “que la lucha política activa está circunscripta en su mayor parte a
pequeñas minorías de hombres, y que los miembros de la mayoría son y seguirán
siendo, suceda lo que suceda, gobernados”. (BURNHAM, James, Los
Maquiavelistas, Emecé Editores, Buenos Aires, 1945, pag. 72)