martes, 22 de noviembre de 2022

De cara al porvenir: tiempos complejos

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

La educación superior en el planeta vive, después de la pandemia, uno de los momentos más complejos de su historia. Y no es que los hábitos de los humanos, especialmente de los estudiantes actuales o potenciales, haya cambiado, así como el de los docentes, sino que existe un replanteamiento con respecto a la justificación de invertir cinco años de vida para prepararse en algún área de conocimiento sin que ello asegure oportunidad laboral alguna, frente a otras alternativas lícitas como obtener rápidas certificaciones en temas puntuales que permiten un rápido y rentable acceso al mercado.

No todos tienen espíritu emprendedor y por ello buscan alternativas a través de certificaciones de “proveedores o fabricantes” como se los denomina ahora, sobre todo en las áreas de tecnología informática con todas sus aristas. Por no mencionar a reconocidos y exitosos empresarios en el ámbito mundial que se ufanan de haber obtenido el éxito, entre otras razones, por haber abandonado a tiempo la educación superior, en la cual se sentían limitados en sus aspiraciones.

Para nuestro caso colombiano, otro elemento que entra a jugar es la distinción que se hace con respecto a la universidad pública y la privada, en el entendido de que ambas prestan un servicio público regido por un maremágnum de legislaciones y normatividades a través de instituciones absolutamente pesadas como lo son el Ministerio de Educación Nacional y sus oficinas satélites.

Trámites para los trámites, plataformas no estables, procesos y procedimientos bien intencionados pero que en poco han contribuido a mejorar la calidad de la educación superior en el país y que dejan como simple enunciado aquello de lo de la “autonomía universitaria”. Por ejemplo, es dramática la manera como una institución tiene que paralizar sus procesos para atender visitas de pares académicos algunos muy profesionales y otros, cargados de subjetividades. Resulta problemático que se pretenda apalancar la calidad de las instituciones a través de un sistema de aseguramiento de dudosa calidad.

En números redondos, existen 300 instituciones de educación superior en Colombia, entre universidades e instituciones universitarias, de las cuales 50 están acreditadas en alta calidad. Para esta acreditación, que es válida y necesaria, se aplican iguales condiciones (estándares, aunque se le saque el cuerpo al uso de esta palabra), para todas las instituciones, lo cual no es del todo equitativo, ya que el aspecto económico para soportar las inversiones necesarias es un condicionante de carácter estructural, por no hablar del contexto social y hasta geográfico en el que desarrolle su actividad una institución.

Ahora bien, personalmente no acepto la denominación peyorativa de “instituciones o universidades de garaje”, pues todas, absolutamente todas son vigiladas por el Ministerio de Educación nacional, y en caso de desvíos, el propio Ministerio sería un complaciente cómplice. Además, todas las instituciones tuvieron un inicio y tienen un proceso evolutivo y algunas de las más importantes del país, nacieron en un “garaje”.

Para la clase política, el foco de la intervención en la educación superior sigue girando alrededor del tema de la cobertura. Esto no está mal del todo, pero debe entenderse que cobertura sin calidad es una simple dejada de constancia y que, en términos prácticos, la mayor cobertura se logrará de manera efectiva es a través de las otras 250 instituciones de carácter privado que despliegan su accionar en todo el territorio nacional.

La universidad pública, a la que debemos rodear y fortalecer, tiene demasiadas ataduras internas para ser ágil y poder comprometerse con temas de impacto y volumen, que impliquen aumento de cobertura.

Ahora bien, debe haber respeto y coherencia con respecto a roles, funciones y actuaciones. Partiendo del principio de buena fe, considero que ni el SENA ni las cajas de compensación tienen por qué ofrecer de manera directa programas de educación superior. Esto podría entenderse como una forma de competencia desleal y aún más, como en el caso del SENA, una desviación de su misión original desarrollada excelentemente a lo largo de décadas, como lo es la formación para el trabajo.

Hoy hay que ayudarle a las IES a salir del bache y eso requiere apoyo financiero. Existen estrategias de financiación, de matrícula cero, de subsidios (en parte forzadas por la pandemia y por el estallido social), que no han sido suficientes.

Es por eso por lo que la figura del Icetex debe mirar a todos los actores del proceso, incluyendo Instituciones, estudiantes y profesores.

Hay que mirar también de manera integral a lo que pretendidamente se la ha querido denominar sistema educativo, que cubre todos los niveles y perfeccione los intentos que se han realizado de articulación entre ellos.

Una buena educación primaria. Una buena educación secundaria que sirva de insumo para la educación superior, lo cual es defendido por los rectores de los colegios y criticada por las universidades.

Resulta por lo menos simpático ver cómo, ante la urgencia de buscar fuentes de ingreso alternativas a las matrículas, muchas universidades están montando hoy institutos técnicos para la oferta de programas de corta duración. Lo que antes se miraba por encima del hombro, hoy aparece como alternativa.

Y es que, para no utilizar la desgastada palabra “reinvención”, el sistema educativo, específicamente en la educación superior (o postsecundaria) debe repensarse: se habla de las carreras del futuro pero se siguen ofreciendo los mismos programas de siempre, con estructuras curriculares tradicionales, porque son los que generan matrículas hoy; se promueve el discurso de la movilidad y la internacionalización, pero es un martirio lograr la convalidación de un título obtenido en el exterior; se habla de flexibilidad curricular pero el sistema de aseguramiento de la calidad frena la posibilidad de que las instituciones tomen decisiones ágiles que les permita responder rápidamente a los requerimientos del entorno; se habla de desarrollar el pensamiento crítico en los estudiantes pero, con el argumento de la limitación en el número de créditos académicos, cada vez se recorta más la formación humanística y quien lo creyera, en esta formación humanística podría estar el diferencial de la formación universitaria respecto de la formación en otros niveles.

A propósito de los créditos académicos: después de más de 20 años de su instauración y de hablar sobre sus bondades pedagógicas, no ha pasado de ser un criterio numérico que se traduce de la aplicación de una fórmula para convertir horas en créditos.

En fin, la Universidad, así con mayúscula y en singular, desde Bolonia hasta nuestros días, es una institución milenaria y seguro seguirá existiendo, pero en su actual situación, debe replantearse para que su impacto siga siendo el que la sociedad requiere.