Por John Marulanda
Mientras Petro dejó a los militares
con sus penachos despelucados en la Escuela Militar el 16 de agosto pasado, dos
días después asistió puntual al juramento del nuevo director de la Policía Nacional,
general Henry Armando Zanabria, quien lo hizo rodeado de ciudadanos del común en
el campo de paradas de la Escuela Santander. Sobran comentarios. Recordamos que
300 muertos en Nicaragua, más de 100 detenidos en Cuba y unos 1.200 muertos en Venezuela
han sido principalmente a cargo de las policías. No sabemos si ese patrón se aplicará
a Colombia con este nuevo presidente de la izquierda extrema. Recientemente, un
viceministro del gobierno hizo quitarle las esposar y salir de la tanqueta a jóvenes
revoltosos que atacaron a piedra el carro en donde se movía el propio general Zanabria.
Pero ¿de dónde son la mayoría de
migrantes ilegales que cruzan el Darién? No debemos llamarnos a engaño, pues Colombia
parece ir por el mismo sendero de los países mencionados: un verdadero fracaso frente
a la civilización actual.
La condena universal al petróleo
y al carbón como tan venenosos como la cocaína, estableció los prolegómenos de una
legalización de la droga, cuyos cultivos según el informe del Sistema Integrado
de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (SIMCI) de la Oficina de las Naciones Unidas contra
la Droga y el Delito (ONUDD) aumentaron un 43 % y la producción potencial de cocaína
un 14 %, alcanzando más de 204.000 hectáreas y una producción alrededor de las 1.400
toneladas métricas anuales del estupefaciente que pueden llegar a producir miles
de millones de dólares a los carteles mexicanos, las mafias europeas y los carteles
colombianos: FARC, ELN, Clan del Golfo y otros. Legalizarlas es la propuesta del
actual director del DIAN, Luis Carlos Reyes.
Las dos principales áreas de cultivo
están localizadas en las regiones fronterizas con Venezuela y Ecuador, en donde
más de 100 mil hectáreas están sembradas con esta semilla que reditúa lo que ningún
otro negocio ilícito puede producir. Las metanfetaminas, el fentanilo, por ejemplo,
ya asoman en el horizonte como una amenaza narcótica seria a la emocionalidad de
los ciudadanos de todo el mundo. Vamos rumbo a vastos segmentos de una sociedad
dopada.
Primero fue cigarrillo, después el
alcohol y ahora la marihuana, legalizada de facto tanto en los USA como en estos
países, a pesar de su nauseabundo olor, digo yo, forman parte de la rebeldía, la
inconformidad y el facilismo ante un gobierno como el de Petro, apoyado extra curricularmente
por creciente bandas delincuenciales. No veo otra excusa mejor que esta, para justificar
la intervención policial.
Tenemos un exceso de drogas en Colombia,
primer productor mundial de cocaína y segundo o tercero de marihuana con trazas
de metanfetaminas, un negocio que puede representar el 3 % del PIB, y una sociedad
hipócrita o viciada, que ofrece un panorama poco agradable para los que nos consideramos
ciudadanos de bien, cumplidores de la ley que este gobierno quiere imponer a como
dé lugar a punta de bolillos de policía.
Así las cosas, no podemos menos que
dolernos de este otrora generoso país, hoy igualando y superando a Venezuela e intentamos
recordar la voz de Julio María Sosa Venturini «Julio Sosa», cuando canta “Cambalache”
de Santos Discépolo, letra compuesta en 1935: “Que el mundo fue y será una porquería,
ya lo sé, en el 510 y en el 2000 también. Que siempre ha habido chorros, maquiavelos
y estafaos, contentos y amargaos, valores y doblés (…) Si es lo mismo el que labura,
noche y día como un buey, el que vive de las minas, que el que mata, que el que
cura o está fuera de la ley (…) Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición,
da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”.
Una gran incertidumbre estratégica
se percibe en el aire sociopolítico colombiano, para algarabía de los irresponsables.