Por José Alvear Sanín*
El tiempo, misterio
insondable, es el más valioso de los recursos no renovables.
Los países más
prósperos han sido aquellos donde mejor se lo aprovecha. La proverbial
puntualidad inglesa, algo venida a menos, explica mucho de la preponderancia de
ese país en el siglo xix; y en los tiempos que corren Alemania, Japón, Suiza y
Francia, dan ejemplo, no siempre bien seguido, a los demás países.
En realidad, del uso
del tiempo dependen en muy buena parte la prosperidad y el progreso, como
podemos observar si comparamos el atraso de África en comparación con algunos
países asiáticos que están alcanzando cotas envidiables de desarrollo.
Petro nunca se
distinguió por la puntualidad, y en su talante se combinan otros rasgos, como
la arrogancia de quien ha llegado a una altura inconcebible y la necesidad de
hacer notorias su superioridad y su inflexibilidad.
Si para Luis XVIII “la
puntualidad es la cortesía de los príncipes”, y para los victorianos, el
alma de los negocios, en cambio para Petro la puntualidad seguramente forma
parte de todas aquellas normas, comportamientos y modales del antiguo orden que
la revolución está llamada a eliminar.
Las largas y obligadas
esperas antes de su llegada a ciertos actos traduce el mismo triunfalismo
vanidoso que lo lleva a aparecer una hora tarde a la reunión de Mr. Biden con
un centenar de jefes de gobierno, con ocasión de la asamblea de la ONU. Nunca
sabremos si la causa del retardo fue la mala educación habitual o un traffic
jam…, pero el presidente gringo ni siquiera se enteró de tan significativa
tardanza, porque ya había partido de esa reunión.
Quien se enseña a
llegar tarde no se limita al desprecio por los demás. En el fondo lo que indica
su hábito es el desconocimiento del valor del tiempo como inapreciable recurso
intelectual y económico. No es extraña, entonces, la combinación de la
impuntualidad con la ignorancia. El tiempo que no se aprovechó oportunamente
para el estudio se perdió para siempre, pero puede significar lo que me atrevo
a llamar impuntualidad gnoseológica.
Llegar tarde, por
ejemplo, en economía, significa creer en fórmulas y teorías fracasadas, cien
años o apenas medio siglo, lo que puede conducir a extremos trágicos.
Hemos dicho que la
“oposición constructiva” requiere un gobierno constructivo, pero es inútil
frente a un ejecutivo que no lo sea. Es pérdida de tiempo confiar en el diálogo
como mecanismo de entendimiento para alcanzar necesarios consensos, si los
interlocutores están separados por abismos intelectuales, ideológicos y
morales.
Con razón la senadora
Paloma Valencia dice que Petro no oye a Uribe, como lo demuestra su reciente
aleccionadora entrevista con el expresidente Uribe. En ella, el doctor Óscar
Darío Pérez —principal experto tributario del país—, expuso los absurdos de una
reforma innecesaria y perjudicial. La respuesta del gobierno fue la de enviar a
continuación al Congreso un mamotreto de más de 300 páginas y ordenar a sus
embadurnadas bancadas aprobarlo a pupitrazo limpio.
Las objeciones de todos
los expertos en economía y en hacienda pública merecían un debate juicioso y
profundo, si el gobierno quisiera algo saludable para el país. En cambio, en el
fondo, lo que observamos es una advertencia de que ninguna de las reformas
caóticas de un gobierno obnubilado tanto por un marxismo trasnochado como por
una megalomanía inocultable, será sometida a una deliberación legítima.
El gobierno no quiere
oír a nadie en relación con su esterilizante reforma tributaria. Hasta una
destacada figura de izquierda, el doctor Jorge Enrique Robledo, ha censurado
como el colmo de la irresponsabilidad la forma en que el Congreso está
tramitando ese proyecto
Convertido así el
Congreso en un mecanismo servil y venal para la ratificación de las órdenes
palaciegas, la democracia desaparece para que la ministra Corcho (la tapa del cóngolo),
pueda celebrar por anticipado la expedita aprobación de su macabra reforma
sanitaria.
***
El gobierno sordo ha
tenido que reducir al silencio a la pobrecita de Irene, para sacar a la palestra
a la viceministra, quien repite, con mayor énfasis, los mismos desatinos, en
vísperas del nombramiento de una junta de bolsillo para Ecopetrol.
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