viernes, 16 de septiembre de 2022

No bastan los títulos

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

El presidente quiere que en su equipo solo haya doctores. Los hay y muy cualificados, sin embargo, o están en el lugar equivocado o como ya lo hemos visto en algunos casos: “lo que la naturaleza no dio, Salamanca no lo presta”. Lo que quiero decir es que un título de doctor no lo hace a uno idóneo para todo y que los títulos académicos no son suficientes para una persona carente de carisma y liderazgo.

Conozco doctores bastante torpes y gente sin ningún título académico bastante hábiles y desenvueltos. En nuestra sociedad hay una obsesión compulsiva por los títulos. Ya no basta ser bachiller. Ya no basta tener un pregrado. Una especialización no es suficiente, una maestría sería lo mínimo, un doctorado mucho mejor y si es post-doctor, mejor todavía.

Los jóvenes bachilleres se están graduando de 15 o 16 años, entran a la universidad y en 5 años máximo ya son profesionales. Con 23 tienen maestría y es muy probable que a los 27 ya sean doctores. Han conseguido títulos, pero no tienen idea de nada, no saben de la vida, no tienen experiencia profesional, desconocen la realidad, no han luchado, no saben lo que son los problemas, nunca les han dicho que no, siempre han ido sobre ruedas, consentidos, sin sufrir adversidades. Eso sí, saben mucho, pontifican, dan cátedra, son eruditos. Todo en teoría. El ego les ha crecido bastante como para mirar con desdén a quienes no han corrido con su suerte. Autosuficientes y arrogantes creen sabérselas todas. En realidad, no saben nada.

Afortunadamente no corro riesgo de ser ministro de educación, porque si lo fuera creo que haría un revolcón bastante fuerte. Por lo pronto pondría a los niños a que disfruten su niñez. La entrada al colegio no podría ser nunca antes de las 8. Deben dormir bien y desayunar bien antes de salir de casa. Deben alternar los espacios de aprendizaje con los tiempos lúdicos. Como alguna vez lo hablé con Carlos Eduardo Vasco, los primeros años deben ser para aprender a leer, aprender a hablar y a escribir, hacer de las matemáticas un juego y no una tortura. La complejidad del plan de estudios sería gradual, al igual que el aprendizaje de una segunda lengua. Todos deben tener buenas bases en todas las áreas, pero deben intensificar las que realmente les guste. La escuela es para disfrutarla y ser felices, jamás un karma para padecer.

Después del pregrado y si se quiere aspirar a una maestría, esta no podrá cursarse sin al menos tres años de experiencia trabajando. Y alguien que aspire a ser doctor tendrá que acreditar mínimo cinco años laborando, después de la maestría. Se necesitan doctores, pero no todos sirven para doctores. Quien logre esta meta es porque tiene claro que su objetivo es investigar, estar al día, producir pensamiento, escribir en revistas indexadas, dar clases y conferencias. Así las cosas, la ganancia cualitativa sería evidente y el país sería más competitivo. Desafortunadamente, muchos no lo hacen, se jubilan tempranamente o se ponen a hacer cualquier otra cosa. ¡Qué desperdicio!

Los títulos per-se no bastan. Mucha gente, muy inteligente y muy capaz nunca logró acceder a ellos, por falta de dinero o por falta de oportunidades. Otros, los tienen y no les han servido para nada o para muy poco, otros solo para satisfacer su ego, otros para lograr ascensos en remuneración económica pero no para aportar efectivamente al desarrollo del país.

Nuestro talento humano no está siendo aprovechado suficientemente. Los procesos de admisión universitarios deberían permitir el acceso por los méritos y capacidades de acuerdo con unos perfiles requeridos y no solo para producir profesionales en serie. Muy importantes los títulos, pero, la verdad, tenerlos por tenerlos, no bastan.