Por José Leonardo Rincón, S. J.*
El
presidente quiere que en su equipo solo haya doctores. Los hay y muy
cualificados, sin embargo, o están en el lugar equivocado o como ya lo hemos
visto en algunos casos: “lo que la naturaleza no dio, Salamanca no lo
presta”. Lo que quiero decir es que un título de doctor no lo hace a uno idóneo
para todo y que los títulos académicos no son suficientes para una persona
carente de carisma y liderazgo.
Conozco
doctores bastante torpes y gente sin ningún título académico bastante hábiles y
desenvueltos. En nuestra sociedad hay una obsesión compulsiva por los títulos.
Ya no basta ser bachiller. Ya no basta tener un pregrado. Una especialización
no es suficiente, una maestría sería lo mínimo, un doctorado mucho mejor y si
es post-doctor, mejor todavía.
Los
jóvenes bachilleres se están graduando de 15 o 16 años, entran a la universidad
y en 5 años máximo ya son profesionales. Con 23 tienen maestría y es muy
probable que a los 27 ya sean doctores. Han conseguido títulos, pero no tienen
idea de nada, no saben de la vida, no tienen experiencia profesional, desconocen
la realidad, no han luchado, no saben lo que son los problemas, nunca les han
dicho que no, siempre han ido sobre ruedas, consentidos, sin sufrir
adversidades. Eso sí, saben mucho, pontifican, dan cátedra, son eruditos. Todo
en teoría. El ego les ha crecido bastante como para mirar con desdén a quienes
no han corrido con su suerte. Autosuficientes y arrogantes creen sabérselas
todas. En realidad, no saben nada.
Afortunadamente
no corro riesgo de ser ministro de educación, porque si lo fuera creo que haría
un revolcón bastante fuerte. Por lo pronto pondría a los niños a que disfruten
su niñez. La entrada al colegio no podría ser nunca antes de las 8. Deben
dormir bien y desayunar bien antes de salir de casa. Deben alternar los
espacios de aprendizaje con los tiempos lúdicos. Como alguna vez lo hablé con
Carlos Eduardo Vasco, los primeros años deben ser para aprender a leer,
aprender a hablar y a escribir, hacer de las matemáticas un juego y no una
tortura. La complejidad del plan de estudios sería gradual, al igual que el
aprendizaje de una segunda lengua. Todos deben tener buenas bases en todas las
áreas, pero deben intensificar las que realmente les guste. La escuela es para
disfrutarla y ser felices, jamás un karma para padecer.
Después
del pregrado y si se quiere aspirar a una maestría, esta no podrá cursarse sin
al menos tres años de experiencia trabajando. Y alguien que aspire a ser doctor
tendrá que acreditar mínimo cinco años laborando, después de la maestría. Se
necesitan doctores, pero no todos sirven para doctores. Quien logre esta meta
es porque tiene claro que su objetivo es investigar, estar al día, producir
pensamiento, escribir en revistas indexadas, dar clases y conferencias. Así las
cosas, la ganancia cualitativa sería evidente y el país sería más competitivo. Desafortunadamente,
muchos no lo hacen, se jubilan tempranamente o se ponen a hacer cualquier otra
cosa. ¡Qué desperdicio!
Los
títulos per-se no bastan. Mucha gente, muy inteligente y muy capaz nunca logró
acceder a ellos, por falta de dinero o por falta de oportunidades. Otros, los
tienen y no les han servido para nada o para muy poco, otros solo para
satisfacer su ego, otros para lograr ascensos en remuneración económica pero no
para aportar efectivamente al desarrollo del país.
Nuestro
talento humano no está siendo aprovechado suficientemente. Los procesos de
admisión universitarios deberían permitir el acceso por los méritos y
capacidades de acuerdo con unos perfiles requeridos y no solo para producir
profesionales en serie. Muy importantes los títulos, pero, la verdad, tenerlos
por tenerlos, no bastan.