Por: Luis Alfonso García Carmona*
No termina de parecer insólita la presencia de
dos emperadores en el continente americano, en Brasil y México, poco tiempo
después de que el colonialismo había sido prácticamente desterrado de estos
territorios.
En 1864 Fernando Maximiliano, Archiduque de
Austria, hermano del emperador austríaco Francisco José I, y su esposa Carlota
de Bélgica, llegaron a México para asumir las riendas del II Imperio Mexicano.
¿Cómo se llegó a esta coyuntura?
Desde su independencia, apenas cuarenta años
atrás, México había tenido cincuenta gobiernos, la mayor parte de carácter
militar. A la anarquía reinante había que sumar la profunda polarización
originada por las Leyes de Reforma y la Guerra Civil entre los partidarios de
la causa liberal liderados por Benito Juárez y los sectores conservadores.
Mientras tanto, la política francesa, que veía
como una amenaza el creciente poderío de los Estados Unidos en América, había
respaldado la independencia de Texas y terciado luego a favor de México en su
guerra de independencia contra su vecino del norte.
Aprovechando la suspensión de pagos de la deuda
externa decretada por Benito Juárez, el Convenio de Londres, con participación
de Francia, Reino Unido y España, aprobó la intervención en el país mexicano. “A
juicio de Napoleón, solo una monarquía podía reconstruir la nación mexicana y
forjar la unidad necesaria para impedir más pérdidas de territorio en beneficio
de Estados Unidos” (Rady Martin, Los Habsburgo, Penguin Random House, 2022,
pag. 338).
Un grupo de notables conservadores ofreció el
cargo de emperador al Archiduque, en ese entonces exiliado voluntariamente en
su Castillo de Miramare, en las afueras de Trieste.
Maximiliano condicionó su aceptación a la
aprobación de un referéndum y a la consecución de ayudas financieras y
militares, las cuales fueron ofrecidas por su hermano Francisco José, Napoleón
III y Bélgica.
¿Cómo era en realidad Maximiliano? Desde niño,
junto con su hermano Francisco José, había sido preparado con rigor en
disciplinas como filosofía, historia, religión, equitación e idiomas. Llegó a
dominar 10 idiomas, incluyendo el náhuatl. Pero su principal afición era el
naturalismo y, más tarde, los viajes marítimos.
Asumió en 1857 el Virreinato del reino de
Lombardía-Véneto, tarea que desempeñó con un espíritu liberal y conciliador y
con la realización de fructíferos cambios como una equitativa distribución de
los impuestos, establecimiento de médicos cantonales, profundización de los
canales de Venecia, obras de saneamiento, irrigación y control de la malaria,
adelantos urbanísticos y reorganización de la Biblioteca Ambrosiana. Su talante
indulgente y sus proyectos de bienestar social no fueron bien vistos por el
Emperador, y el descontento popular aumentó ante las medidas de acoso militar
adoptadas para garantizar la unidad del imperio, lo cual precipitó su dimisión.
Tuvo que renunciar a todos sus derechos en la
sucesión de la corona de Austria y de los reinos bajo su influencia, como
condición impuesta por su hermano Francisco José. Se jugó, entonces, el todo
por el todo, y, se propuso gobernar a México conforme a la misión histórica
para la que se había preparado, adoptando el lema de “Equidad y justicia”.
Inició el desarrollo económico y social de los
territorios mexicanos; restringió los horarios de trabajo, y estableció pausas
para el almuerzo; canceló las más gravosas deudas que pesaban sobre los
campesinos; desmontó las tiendas donde obligatoriamente los trabajadores debían
hacer sus compras; se preocupó por las condiciones de vida de los indígenas
sometidos a infames condiciones en las haciendas; defendió algunas ideas liberales
como la reforma agraria, la libertad religiosa y la extensión del voto, fruto
de su espíritu conciliador; promovió la identidad nacional impulsando las
manifestaciones autóctonas; impuso la traducción al náhuatl de leyes y normas
imperiales que afectasen a los indígenas; financió el Museo de Historia,
Natural, Arqueología e Historia; contrató la construcción del ferrocarril La
Soledad- Cerro del Chiquihuite; reorganizó la Academia de Artes de San Carlos;
remodeló el Palacio Nacional y el Castillo de Chapultepec; construyó el Paseo
de la Emperatriz (hoy de la Reforma) y rediseñó la capital dotándola con
parques, fuentes y alumbrado de gas; implantó los nombramientos y ascensos por méritos
sin tener en cuenta la filiación política; ordenó la enseñanza elemental
obligatoria para todos; se abolió el trabajo de los menores y la servidumbre
por deudas; se protegieron los derechos de acceso al agua para la población
indígena y las tierras comunales; dividió al país en cincuenta provincias, cada
una gobernada por un prefecto; creó tribunales administrativos para sustituir
el ineficaz sistema judicial; y, elaboró el Código Civil de 1865,en el cual
desconoció los derechos opresivos de los terratenientes y del clero católico
sobre las propiedades e introdujo el matrimonio civil y la tolerancia religiosa.
No obstante, su anegada y benéfica tarea, ésta
nunca contó con el apoyo del sector liberal. Terminada la Guerra de Secesión,
los rebeldes recibieron el apoyo incondicional de los Estados Unidos, al que se
sumó la deserción de las tropas francesas que fueron abandonando el país,
ejemplo que luego fue imitado por su hermano Francisco José y por el reino de
Bélgica. Sin el apoyo internacional y con el avance de las fuerzas rebeldes, finalmente
los leales a Maximiliano fueron derrotados, y éste apresado y ejecutado en la ciudad
de Querétaro en la fatal fecha de 19 de junio de 1867.
Podemos inferir de este trozo de la historia:
1.- Independientemente del sistema político
(democracia, monarquía, autocracia), el buen gobierno lo hacen las personas,
siempre y cuando cuenten con los medios necesarios para cumplir su labor.
Ninguno de los 50 gobiernos que precedieron a Maximiliano puede presentar una
obra más contundente y benéfica para el pueblo mexicano que la del II Imperio.
Después de su caída, un siglo y medio después, bajo un sistema partidista, este
enorme país se debate en medio de la violencia, el tráfico de estupefacientes,
y la miseria, que obliga al trabajador mexicano a dejar sus raíces para buscar
nuevos horizontes con su rico vecino del norte.
2.- La verdad histórica suele ser deformada por
quienes llegan a detentar el poder, bien sea por la vía de las armas, de las
urnas o del fraude electoral. Así, quienes como Maximiliano ofrendaron su vida
y defendieron la identidad nacional, la justicia, los derechos del pueblo, son
tratados como criminales y traidores y castigados con el cadalso y el olvido.
3.- Parece que el destino de América Latina,
desde los albores de nuestra independencia hasta nuestros días está signado por
el triunfo de la mentira sobre la verdad, de la mediocridad sobre la buena
administración pública, de la violencia sobre la razón, de los apetitos
políticos sobre las necesidades reales de los ciudadanos y de la maldad sobre
los principios humanitarios consignados en el Evangelio.