Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Impacto
fuerte, por no decir consternación, ha causado en las fuerzas militares la
designación de la nueva cúpula, pues se ha llevado por delante alrededor de 50
generales de alto rango.
El
estricto protocolo de ascensos prevé claramente que esto suceda. Y eso
significa que pesan los rangos de jerarquía y la antigüedad. Se va haciendo
fila, literalmente hablando, y el que va primero tiene la posibilidad no solo
de ascender primero, sino que, además, por su antigüedad, así esté en el mismo
rango de sus colegas y compañeros, tiene prelación de autoridad sobre el que va
detrás. Así ha sido siempre, así se ha aceptado, así ha funcionado.
Se
tiene claro también que es una pirámide donde las cohortes numerosas en las
bases se van reduciendo con el paso de los años. Cada cinco, ordinariamente, se
va ascendiendo en la oficialidad, desde teniente hasta general full de 4 soles
o estrellas pasando estricta y ordenadamente por todos los grados de capitán, mayor,
teniente coronel, coronel, brigadier general y mayor general. El asunto tiene
su inercia y su ritmo y se acata sin discusión alguna.
Sin
embargo, en la historia reciente se han presentado situaciones excepcionales
por lo exóticas o sorprendentes. La discrecionalidad del jefe de Estado para
realizar los nombramientos es lo que lo genera. Recuerdo cuando el presidente
Uribe reencauchó a Teodoro Campo en la Policía trayéndolo desde el retiro a la Dirección
General. La más alta oficialidad protestó por ello, porque significaba romper
la cadena institucional prevista. El resultado fue el descabezamiento de los 13
o 14 generales firmantes. Las órdenes no se discuten. Igual pasó cuando
nombraron al general Naranjo quien teniendo un rango y autoridad menor se llevó
por delante a media docena de generales superiores suyos. La historia acaba de
repetirse, solo que en todas las fuerzas y generando un traumatismo mayor
porque al nombrar quienes venían en fila abajo obliga a descabezar gente valiosa
que estaba antes y arriba. Se pierden muchos años de formación y experiencia. El
mismo presidente Petro, al anunciarlo, reconoció que con ello se podrían haber cometido
algunas injusticias, esto es, sacrificar generales cualificados y honestos.
Nada hay que hacer en el actual esquema.
En
la jerarquía del clero diocesano católico pasa una situación análoga, se va
ascendiendo y más de un prelado aspira legítimamente a un ascenso. El
seminarista ordenado presbítero comienza siendo vicario parroquial, párroco, arcipreste,
vicario episcopal, obispo, arzobispo, cardenal, papa. No es estrictamente así,
pero nos da una idea de similitud. En cambio, en el clero religioso sucede un
fenómeno muy diferente: un día se puede estar en la alta cúpula y al otro
descender a un trabajo humilde. Se puede ser superior, superior provincial o
incluso superior general, rector de una prestigiosa universidad o director de
una obra muy importante y al otro día pasar al anonimato. Recuerdo el caso
entre nosotros del padre Kolvenbach quien siendo general de los Jesuitas un día
renunció y terminó sus últimos días como bibliotecario en la Universidad de San
José en Beirut. Algo que nunca se imaginaría uno en el mundo militar: que un
general o coronel lo fuese un día y al otro pasase a ser capitán o mayor.
Impensable.
Volviendo
al caso militar, realmente es un filtro muy duro y, quizás injusto en muchos
casos porque esa inercia irrefutable deja tendidos en el camino a hombres que
por su conocimiento y comportamiento ético deberían estar prestando su servicio
al país. Yo no sé si en la propuesta del presidente Petro cuando dice que un
suboficial con méritos puede ascender a oficial (algo impensable hasta ahora)
haya pensado en no descabezar oficiales valiosos simplemente porque la tradicional
inercia les cortó de tajo y por desgraciada coincidencia la posibilidad de un
cualificado servicio a la patria. Eso tendrían que pensarlo.