Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez*
Qué vergüenza. Colombia proponiendo legalizar la
cocaína, el terrorismo y la delincuencia.
Grave intoxicación mental de un mandatario
revolucionario en las Naciones Unidas. Con osadía se dio a la desatinada
ocurrencia de comparar ante el mundo entero, de manera peyorativa los
hidrocarburos, al glorificar la cocaína, y de enarbolar el concepto de la paz total
como forma de otorgarle impunidad al narco-terrorismo y a toda suerte de organizaciones
criminales.
Le ganó de largo a las locuras que allí habían
atestado en el pasado personajes que han llevado naciones ricas a la pobreza,
como Chávez, Evo, Ortega y el propio Fidel. Le ganó al que empeñó la Constitución
Nacional en una prendería habanera a cambio de un Nobel prefabricado.
Vamos en reversa, camino al precipicio. Presenciamos
una deplorable y perversa regresión mental que confunde los conceptos de
libertad y orden constitucional con el libertinaje, la legalidad con la tipicidad
criminal, los valores que enmarcan una sana convivencia y la responsabilidad
que impone la conducción de un Estado, con la implementación de tácticas
guerrilleras desde el ejercicio del poder.
Que le pregunten a los gobiernos ruso y chino si ellos
van a prescindir del petróleo, el gas y el carbón. Que se pregunten por qué
Cuba los mendiga y cómo se empobreció Venezuela. Que le pregunten a cualquier
sociedad civilizada del mundo libre, si está dispuesta incorporar la
delincuencia a las filas de su fuerza pública.
Gracias a los recursos naturales como el petróleo, el gas,
el carbón, el agua y los demás minerales, los Estados cuentan con los ingresos
económicos que los financian y transforman.
Esos recursos energéticos son la base de toda la
movilidad física y financiera o económica del mundo, de industrias y millones
de productos y servicios en nuestra civilización. Los derivados de esos recursos
están presentes en casi todo lo que utilizamos y en la forma en que vivimos.
No es sensato ignorar que estos recursos seguirán siendo
necesarios hasta tanto la tecnología y los costos permitan establecer las
alternativas de energías renovables en las que los científicos, especialmente
en las sociedades del mundo libre, están trabajando de manera acelerada,
apuntándole a una transición gradual que nos lleve a una matriz energética global
mucho más limpia.
Es simple, sin los ingresos de la explotación de los
recursos de la industria energética tradicional, petróleo y gas, sin los
yacimientos no convencionales y sin la minería tecnificada acompañada de la
debida mitigación de la huella ambiental, no hay cómo pagar los costos de la
transición energética.
En un país como Colombia, sin esos réditos no hay cómo
cubrir el actual déficit de electrificación, no hay con qué financiar la
protección del medio ambiente, ni el desarrollo socioeconómico regional de una
población creciente, mucho menos cómo pagar la deuda y el funcionamiento del
Estado.
La protección del medio ambiente, en especial la
mitigación del calentamiento global es una problemática y una prioridad de la
humanidad que le compete a todo el planeta, y que trasciende las ambiciones y
aspiraciones individuales de cualquier gobernante accidental.
Hoy resulta inapropiado que alguna corriente ideológica,
partido o figura política, pretenda demagógicamente apropiarse de un asunto
global y agitar a cuatro vientos como suya, la bandera ambientalista.
La mayor fuente de corrupción política, social y
económica en toda la región andina es el narcotráfico. El negocio de la cocaína
no lo tienen a la venta ninguna de las organizaciones criminales que dicen
respaldaron la coalición que gobierna hoy a Colombia de manera autocrática.
No se entiende que un jefe de Estado, en buen uso de
razón, defienda la cocaína, diga que tenemos que terminar con el petróleo y el
carbón porque matan, convenientemente no mencione el gas, y que pregone combatir
la corrupción cuando al mismo tiempo defiende las organizaciones criminales
dedicadas al narcotráfico y la minería ilegal, que deforestan su país y financian
la violencia y el narco-terrorismo.
Aclaremos que ni la cocaína ni los sembrados masivos
de coca hacen parte de nuestra naturaleza. Que la selva se regenera sola si se
deja inhabitada. Que las poblaciones agrícolas han sido siempre nómadas, la
sustitución de cultivos es un engaño político y las alternativas económicas y
las oportunidades de empleo deben estar cerca a los mercados. Y que a un Estado
le cuesta más una persona deforestando y produciendo cocaína que reforestando o
trabajando por fuera de los bosques húmedos tropicales.
Es la presencia del hombre y sus organizaciones criminales
quienes colonizan, deforestan y aniquilan la biodiversidad y todos los
ecosistemas naturales andinos-tropicales de cientos de miles de hectáreas donde
se originan y aumentan las aguas que mantienen la selva amazónica, uno de los
principales pulmones del planeta Tierra.
El clorhidrato de cocaína solo lo produce el hombre y
sus organizaciones crimínales deforestando en los países tropicales-andinos.
Solo hay cocaína alcalinizando una pasta de hojas de coca a la que le adicionan
ilegalmente gasolina que proviene del petróleo, cemento y otras sustancias
químicas nocivas para la salud y el medio ambiente.
La cocaína y en especial todos los alcaloides,
producen un altísimo grado de adición y degeneración del ser humano en todos
los sentidos, desviaciones mentales e irreparables daños cerebrales y de la
salud. Afirmar lo contrario es una aterradora negación de la realidad.
Los alcaloides y todas las drogas aniquilan neuronas.
No digamos que el petróleo y el carbón matan más gente, cuando no se puede
desconocer que más del 89% de los actos violentos y criminales se cometen bajo
la influencia de alguna sustancia que afecta la mente humana.
En otras palabras, la utilización de drogas embrutece
rápido y mata lentamente. Las drogas limitan mental y físicamente el desarrollo
físico e intelectual de los jóvenes. Por tanto, acumulan un serio problema de
salud pública para las sociedades, que no habrá sistema de aseguramiento ni
subsidios a la inutilidad que lo soporten.
Las organizaciones delictivas en Colombia son
responsables por más del 75 % de la producción mundial de cocaína y está claro
que las FARC-EP, el ELN y los carteles criminales, se financian con el narcotráfico.
La gran mayoría de ese comercio ilegal de la droga
circula desde hace años a través de Venezuela y está entreverado con
multiplicidad de mafias, carteles y grupos terroristas de todo el mundo.
Ni el crimen ni el vicio desaparecerán. La lucha
contra el crimen es una constante a lo largo de la historia. Eso no lo va a
cambiar nadie. Es algo con lo cual hay que vivir como en la agricultura con
plagas y malezas. No es algo en lo cual se pueda claudicar, la seguridad
ciudadana es parte esencial del pacto social.
Los Estados no pueden promover las drogas, su
obligación legal es nutrir y desarrollar jóvenes sanos, cultos, lectores,
deportistas y profesionales que le aporten a la sociedad. Por ello hay que
entender que la solución no es legalizar la droga ni la criminalidad, y siempre
habrá que combatirlos. Más ahora que tenemos tecnologías inteligentes que lo
permiten. Lo que hace falta es determinación y voluntad política, y ser capaces
de invertir en la atención de la adicción.
Da vergüenza decirlo, pero es cierto. Cómo vamos, Occidente
está confeccionando una “juventud zombi” llena de adicciones, que poco tendrá
para aportar, justo cuando más florece la era del conocimiento.
Claro que estamos cambiando. Vamos a la lata y en
reversa. Son los alucinógenos los que producen esas dilucidaciones e
incoherencias cerebrales como las expresadas durante la empeliculada
representación ante el mundo hablando de lobos y manadas, satanizando los
hidrocarburos y realizando una equivoca apología de “la legalización de la
ilegalidad” y de la impunidad como premio al crimen organizado.
Señores, ese discurso en la ONU se parece a las
declaraciones terroríficas, amenazantes y destructivas del villano pingüino en
contra de las personas de la ciudad Gótica en una película de Batman.