viernes, 30 de septiembre de 2022

Desde la barrera

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.*

“Mirar los toros desde la barrera” era una expresión que usábamos para decir que es muy fácil y cómodo decir lo que hay que hacer, juzgar si lo está haciendo bien o mal, decidir si era de nuestros afectos o no.

Desde la distancia, el espectador, apoltronado en su silla, aplaude, grita, manotea, insulta, crítica, se enardece, celebra y rumia sus afectos o desafectos. Pasaba en las proscritas corridas, pero pasa también en el fútbol donde los aficionados, convertidos en “pontífices” emiten sus radicales veredictos, descalifican, hacen cambios, profieren sus sabias estrategias, nos dan a conocer sus concluyentes soluciones. Así mismo en la política cuando no se está en el gobierno y se descalifica o porque se hizo o porque no se hizo. Pasa en las organizaciones. Pasa en la vida…

La gente no sabe lo que es estar en la arena, sola y de frente a un miura, con los tendidos llenos y esperando a que el osado torero exponga su vida capoteando las embestidas del animal. Al hincha, amante del fútbol, que a lo mejor es un tronco en el juego del barrio, le queda muy fácil ser técnico cuando no está sudando la camiseta frente a 10, 20 o 30 mil aficionados, improvisados técnicos como él, cada uno diciendo lo que hay que hacer. Al político que estaba en la oposición y cuestionaba la ineficiencia de los altos funcionarios, cuando lo nombran en un cargo público se encuentra que está ahora en la mira de millones de ciudadanos mordaces y siempre insatisfechos que lo despedazan con sus críticas. Caerá entonces en cuenta de que ahora las cosas son a otro precio. El empleado aprovechará las horas de almuerzo para practicar su canibalismo y rajar del jefe y sus compañeros, hacer catarsis y sacar sus taxativas conclusiones.

Siempre, no lo dudemos, es muy fácil juzgar desde la barrera. Es cómodo, sencillo y barato. Estamos mal acostumbrados a emitir juicios ligeros sobre personas y situaciones y a hacerlo desde una mirada subjetiva, sesgada, parcializada, sin datos ciertos, movidos por afectos o desafectos, por pasiones más que por razones. Lo hacemos, además, sin medir el alcance de nuestros juicios, las implicaciones y efectos que puedan desencadenar, la difamación que conlleva, el daño reputacional.

Cuando hay empatía y uno se pone en los zapatos del otro, hay mesura, hay cordura, hay ponderación. Los absolutos se relativizan, los radicales se moderan. Los juicios implacables se suavizan. Solo ubicándose si no realmente, al menos virtualmente en el puesto del otro, se alcanza una objetividad mayor. Muchas veces, puestos desde la barrera, la invitación es a ser más cautos antes de lanzar conclusiones ligeras y atrevidas. La lengua es el peor azote y nos puede salir por la culata cual búmeran. ¡Cuidado!