Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Eso es, vulgaridad, falta de educación,
grosería, bajeza… y fue lo que vimos este 20 de julio en la instalación del Congreso
de la República.
Los padres de la patria, como en algún momento
los llamaban, esos que hay que decirles honorables y que se ganan un envidiable
salario descansando varios meses al año, que tienen una reputación por el suelo
y son sinónimo de los peores males que agobian a nuestra patria, esos mismos
que no quieren trabajar más tiempo y que engavetaron la ley anticorrupción
contrariando la voluntad manifiesta de una nación esquilmada, parecieran no
escarmentar frente a la pésima imagen que tienen con la mayoría de los
colombianos y por eso esta semana, buen número de ellos, se propusieron lucirse
en vivo y en directo ante todo el país con su comportamiento vergonzoso,
pelando el cobre en un hecho inédito que ha generado pena ajena.
Y no solo me refiero a los señores de la
oposición del gobierno saliente sino, también, a los que posan de más mesurados,
pero conversan con otros, hablan por celular, se distraen en su computador, se
levantan de sus curules y pasean orondos por todo el recinto, cuando no
duermen, entre otros vergonzosos cuadros. A mí me espanta ver que en tanto uno
de ellos habla, nadie lo escucha porque todos, incluidos los miembros de la
mesa directiva, se ponen a hacer cualquier otra cosa. Caótico.
El Congreso nuestro, elegido popularmente, no
es otra cosa sino la expresión misma de los electores que ven en ellos sus
mejores representantes. Tal para cual. Nuestra educación deja mucho que desear
y por eso no hay que sorprenderse demasiado. Estamos cosechando de lo que hemos
sembrado. No se le pueden pedir peras al olmo.
El presidente de la República,
independientemente de que nos guste o no, que sea o no de nuestro partido
político, que lo haya hecho bien, regular o mal en su gestión, merece respeto. Si
la máxima autoridad de la nación es tratada de esa manera, ningún ciudadano de
este pueblo nuestro se sentirá obligado a respetar a nadie. Ni a sus padres, ni
a sus profesores, ni al jefe, ni al policía, ni al alcalde, ni a ninguno que
pueda ostentar alguna autoridad, representatividad o liderazgo. Así las cosas, caminamos
por la ruta fácil hacia la anarquía. Siembra vientos y cosecharás tempestades, no
gratuitamente nos advierte el adagio.
Lo que yo había entendido y visto hasta ahora desde
que tenemos presidente electo era que se quería un gran diálogo nacional,
abierto, franco, directo, constructivo, respetuoso. El país dividido no
necesita que se le eche más leña al fuego, sino que haya gestos y acciones
concretas de reconciliación e incluso perdón para lograr el cambio. Es verdad
que de parte y parte hay muchas heridas abiertas, pero, a decir verdad, no creo
que se curen mucho echándoles limón y sal. El legislativo es un espacio de
debate nacional con argumentación y altura conceptual, no con gritos vulgares y
groserías. Y esto va para las recalcitrantes derecha e izquierda que nos tienen
hartos de sus estrategias rastreras del todo vale para conseguir sus
propósitos. Hola, dejen esa ordinariez, ¡Ya no más!