Por John Marulanda*
En 2013 Moisés Naím,
exministro de Estado, exdirector del Banco Mundial y analista venezolano, publicó
“El fin del poder” en donde argumenta que las fuentes de poder tradicionales
se habían debilitado. Ahora vuelve al asedio intelectual con “La revancha del
poder: cómo los autócratas están reinventando la política en el siglo XXI”,
un vibrante ensayo que plantea, no tanto el ejercicio autocrático del presidente
Nayib Armando Bukele en El Salvador, si no la teoría de las tres P: populismo, polarización
y posverdad o propaganda.
“El populismo
es simplemente una serie de trucos, tácticas y estrategias para obtener el poder
y quedarse en él. Quien lo practica es capaz de usar cualquier ideología y adaptarla,
usualmente con el mensaje de que representa a un pueblo noble, explotado por una
élite depredadora y abusiva”
dice Naím en una oportuna y aguda entrevista de Ricardo Ávila Pinto. Y sí: algo
va del Salón Rojo del Hotel Tequendama, símbolo inequívoco del neoclasicismo partidista
tradicional colombiano, a la cocina de Rodolfo, puesta en escena del populismo electoral
en pleno desarrollo en el país, tanto que el propio Petro apareció ayer en pantalla
jugando a ser cocinero en su propia cocinilla. Además, la polarización política
se huele en el aire colombiano: 8 millones de votos por uno de la izquierda y 7
millones por Hernández. Estamos radicalizados.
En cuanto a la posverdad
o propaganda, las redes sociales obtienen más resultados en el balotaje que las
plazas llenas de fanáticos y de curiosos ondeando banderines y tocados con gorras
con el nombre de su potencial candidato. Esas redes marcan la diferencia en estas
calendas de tecnología comunicacional global e instantánea: nos abruman a todos
por igual. Hernández, a sus 77 años, lo sabe bien y con un horizonte de vida limitado
solo le resta aplicar su reciente experiencia virtual. No se llega a esa edad sin
haber aprendido algo.
La corrupción, que
siempre ha sido la comidilla histórica del país, ha adquirido dimensiones reales
en esta campaña y se ha convertido en el punto focal de todas las propuestas presidenciales.
Cualquier trabajador honrado se duele de los grandes peculados de funcionarios del
Estado o de empresas contratistas y oportunistas. Al mismo tiempo de su ataque a
los corruptos –“suspender de manera indefinida la operación y funcionamiento de
los vehículos y demás equipos destinados al uso de los senadores y representantes
a la Cámara”, “Voy a arrasar con todos”, le dijo a Vicky Dávila–, poco sabemos de
las propuestas programáticas estructurales de Hernández, aunque esperamos conocerlas
en estos días. Con un ideario incompleto –¿qué va a hacer con los cultivos ilegales
que se extienden por todo el país?– y con
ítems aún vacíos, tres semanas le quedan a Rodolfo para llenarlos con su talante
gerencial.
Cambio, es otra palabra talismán atractiva para
incautos, desinformados y oportunistas. Muchos cambios hoy cuando países como Chile,
rumbo al despeñadero y Perú, en donde un fiscal investiga un caso de corrupción
del primer mandatario, ejercen una poderosa “brisa bolivariana” (del mismo Diosdado
Cabello que hoy se queja de la influencia de US) sobre toda la región, que podría
llegar a convertirse en un bloque amenazante para la seguridad territorial de Estados
Unidos: Rusia, China e Irán deben estar muy preocupados.
Por supuesto que
no esperaría que, como en Nicaragua, Hernández ordenara cerrar la Academia Colombiana
de la Lengua y otras 82 ONG, ni que, como en Cuba, apresara más de 1.000 personas
por protestar; ni que obligara el desplazamiento de unos 7 millones de conciudadanos
por toda la región, como lo hace Maduro. Pero sí que, bajo la orientación estratégica
de un publicista argentino, exasesor de Santos en el 2014 y de Petro en el 2018,
Hernández entre al mundo contemporáneo de libertades y responsabilidades.
A la luz de estas
alarmas o “sirenas”, como las llama Naím, vale la pena analizar si estamos frente
a un texto programático de transgresión cultural comunista, que propone el Pacto
Histórico según el manual de Antonio Gramsci, o frente a un cambio de rumbo urgente,
sin corrupción, que pide la ciudadanía.