Por Andrés de Bedout Jaramillo*
Nunca pensé contar con el honor de pertenecer a la junta directiva
de algunos de los hogares de acogida de Monseñor Santa María; me candidatizaron,
el arzobispo, previo análisis de las hojas de vida, me nombró y yo estoy feliz de
encontrarme aprendiendo dentro del equipo que carga con tan inmensa responsabilidad.
Cuando uno le pregunta a María Cristina, la directora, cuál es la necesidad más
sentida, su respuesta, es: comida; ahí se queda uno paralizado, es que son más de
4.000 servicios diarios.
Son miles de niñas y jóvenes, que por diferentes circunstancias
de la vida requieren calor de hogar, techo, comida, vestido, cariño, educación y
dirección, que sus padres no les pueden dar por diferentes circunstancias, razón
por la cual, sociedad y Estado deben actuar rápidamente, asumiendo con responsabilidad,
dedicación y continuidad sus obligaciones, frente a estos niños y jóvenes, futuro
de nuestro país.
Monseñor, con un equipo de lujo y con la contribución económica
de pobres y ricos, con el trabajo del voluntariado, desde hace muchísimos años,
se hace cargo de más de 1.200 personas en un todo y por todo.
No podría olvidar el hogar de acogida para los enfermos pobres
que vienen a tratamiento e intervenciones en Medellín desde otros departamentos
de Colombia, de los que también se hace cargo Monseñor con sus benefactores colaboradores
y su equipo de empleados y voluntarios.
Qué bueno sería que el Estado y los municipios pongan a funcionar
en forma eficiente y responsable los programas asistenciales de alimentación para
las personas más urgidas, ayudando a las miles de fundaciones que vienen trabajando
sin descanso por los más necesitados, con la ayuda de los empresarios del común,
de los particulares que generosamente aportan a estas instituciones, que gracias
a Dios permiten la manutención y la formación de miles de niños y jóvenes sin oportunidades,
que los queremos como hermanos en Cristo, para integrar nuestra sociedad de colombianos
de bien, que puedan cumplir sus propios sueños y los de sus familias.
Gracias a Monseñor y a su equipo por generar oportunidades y
esperanza, por generar empleo, por generar voluntariado, por satisfacer las necesidades
de los más necesitados; gracias a nuestra Iglesia Católica, integrada por humanos
común y corrientes, con cualidades y defectos como todos, convencidos de la necesidad
de mejorar siempre nuestros comportamientos, como nos lo enseña la Santa Biblia,
de la que tenemos mucho que aprender y practicar, gracias a los benefactores actuales
y futuros, se requieren muchos más benefactores para la sostenibilidad y crecimiento
de los hogares de acogida.
Los bancos de alimentos de nuestra Iglesia Católica son ejemplo
y requieren la activa participación y ayuda de nosotros los católicos.
La historia de Monseñor Santa María y de los hogares de acogida,
debe ser escrita, es ejemplo para todos.
De nuestro buen comportamiento, de la capacidad de unirnos en
torno a la satisfacción de las necesidades más sentidas de nuestra sociedad y de
la austeridad en el gasto exagerado de nuestros gobernantes en las tres ramas del
poder público y de los organismos de vigilancia y control, aplicando siempre el
interés general sobre el interés particular, depende en muy buena parte el futuro
de nuestro país.