Por Pedro Juan González Carvajal*
Tomo el título de este artículo de la famosa, descriptiva
y, para su época, subversiva canción de Piero. Y es que en Colombia pasan
tantas y tantas cosas que no es fácil resistir la tentación de referirse, por
lo menos, a algunas de ellas.
Lo primero que amerita comentario, es la situación que se
vive en la alcaldía de Medellín y para abordar el tema es necesario devolverse
en el tiempo hasta las elecciones en las cuales fue elegido el alcalde
Quintero. Creo que ya hoy pocos dudan que Quintero ganó las elecciones, como se
diría en la jerga futbolística, por “W”, es decir, por falta de contrincante. Luego,
quienes perdieron las elecciones buscaron un mecanismo para sacar al alcalde de
su cargo: la revocatoria del mandato, mecanismo ciertamente legítimo y
constitucional, pero, en este caso, bastante forzado en cuanto a sus causales,
pues la revocatoria no tiene cabida por el solo hecho de que a uno no le guste
el funcionario a quien se pretende revocar. El proceso de revocatoria fue
liderado por ciudadanos seguramente bien intencionados, pero absolutamente erráticos
en su empeño, con más apasionamiento que acierto y, finalmente, pasó lo que
pasó: la revocatoria se hundió. (A
propósito, amable lector, ¿pondría usted un proceso serio y delicado como una
revocatoria de mandato en manos de alguien a quien le dicen El Guri?).
Fracasada la revocatoria, se investigó al alcalde por hacer
lo que hacen todos quienes ejercen cargos públicos, desde el presidente hacia
abajo: participar en política. Independientemente del análisis sobre la
pertinencia o no de prohibir dicha participación en política, prohibición que
no existe en otros países con democracias más sólidas que la nuestra, habría
que reconocer que al alcalde Quintero se le fue la mano en la manera de
participar a favor de un candidato. Pero también hay que reconocer que la
medida de la suspensión es jurídicamente discutible y políticamente desastrosa
para los interesados en retirar al alcalde de su cargo. Es más que previsible
que en poco tiempo Quintero será reintegrado a su rol y regresará como víctima
y como héroe repitiendo lo sucedido con Gustavo Petro en Bogotá. Le adelantaron
la cuota inicial para una futura candidatura presidencial.
Comentario aparte merece la desatinada decisión del
presidente, que solo calificaré como una muestra inmadurez, de nombrar alcalde encargado
a alguien abiertamente opuesto al movimiento representado por Quintero. Por
supuesto también es digna de comentario la actitud arrogante, desafiante y
farandulera en la que llegó el alcalde encargado. No dejó de causar gracia
cuando en alguna entrevista se refirió a Quintero como “mi antecesor”.
Definitivamente el sentido del ridículo desapareció de la faz del planeta. Qué
fácil habría sido manejar esta situación como se manejó, con tino y prudencia,
lo ocurrido en el departamento de Antioquia con la suspensión del gobernador
Gaviria.
Y, en esta época, es imposible no referirse a la campaña
electoral. De nuevo unas elecciones en las que queda un gran vacío: ¿dónde
están los estadistas? Si gana Petro, posiblemente también se podrá decir ganará
por “W”. Si gana otro candidato, habrá que decir que se votó por él para que no
ganara Petro. Qué ausencia de ideas, qué repetición de lugares comunes, qué
debilidad programática. Qué actitud pendenciera y ofensiva frente a los
contrincantes. ¿No habrá en Colombia personas con mejores perfiles, en todo
sentido, que los máximos aspirantes a ocupar la presidencia?
En fin, por ahora permanezcamos aquí, en la puesta de un
bar, viendo a Colombia, pasar y pasar…