Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Con mucha gracia nuestra gente ha aumentado a
12 los mandamientos: el undécimo, no dar papaya. Y el duodécimo: no
desperdiciar papaya. Y su colofón es: A papaya servida, papaya partida, papaya
comida.
Un papayaso o dar papaya es un colombianismo
que en realidad alude a una metida de pata o equivocación que da ocasión o da
razón a otro para aprovecharse de esa fragilidad y obtener alguna ventaja.
Hay papayasos muy simpáticos que se prestan
para una buena tomadura de pelo: son papayasos jocosos que nos hacen reír a
carcajadas. Pero hay también papayasos infelices que a veces tienen un final
desafortunado.
Los primeros se disfrutan en el círculo de
amigos y conocidos. De los otros, de pronto uno los ve cuando va por la calle y
estupefacto observa el sinnúmero de personas ingenuas que deambulan por ahí. Lo
más triste es que estos personajes no acaban de aterrizar en nuestro planeta: parecieran
marcianos recién desembarcados.
Por ejemplo, no entiendo al pelao que va con su
celular de marca costosa charlando desprevenidamente por el andén, como si
nada… ¿cuántas personas han matado por robarse uno de estos aparatos? Si se
chicanea de esta manera, ¿por qué lamentarse luego? Le pasa igual al que exhibe
joyas o prendas costosas en el lugar equivocado.
Me cuesta entender la joven adolescente que con
su gran escote y corta falda se pavonea provocativa y provocadora alborotando
hombres por doquier y después se queja de las miradas morbosas, acoso sexual y
tocamientos.
Con rabia observo a ciertos peatones literalmente
lanzándose a los autos en marcha con actitud retadora y como diciéndoles “atropélleme
si quiere”. Luego, mueren arrollados por su imprudencia que no siempre les sale
exitosa y resultan embalando al conductor que no tuvo la pericia para esquivar
su atrevimiento. Esto pasa con ciclistas y motociclistas que serpentean por
andenes y calles con riesgosa osadía, jugando con la que pareciera su aburrida
vida.
Pasa también con aquellos que, por comodidad, o
por la pereza de pagar un parqueadero dejan el carro en la calle y después impotentes
lloran porque se lo robaron, los desvalijaron o le robaron una parte importante
del vehículo.
Todos dieron papaya y hubo terceros que
intencional o accidentalmente se aprovecharon de la ocasión. Objetivamente
fueron situaciones que pudieron haberse obviado, problemas esquivados, dolores
de cabeza evitados. Pero a nuestra gente le gusta las emociones fuertes, la
acción intrépida y la aventura riesgosa. Hay que subir la adrenalina y dar
papaya es insustituible. Habrá otros muy felices a la caza de los papayasos que
les damos. Después no nos quejemos.