Por Pedro Juan González Carvajal*
El sirirí es un ave caracterizada por su mal humor y su
territorialidad, pero en nuestra cultura se le relaciona con la insistencia
excesiva o, en otras palabras, por ser atormentador y cansón.
En este artículo no se hará referencia a la fauna política,
repleta de estas aves, sino a nuestro deporte bandera, el ciclismo, en el que
hemos estado desde hace casi cuatro décadas en la élite mundial ganando, incluso,
las tres grandes vueltas, pero en el que se hubieran podido tener más triunfos
si, a lo largo del tiempo, no hubiera existido un sirirí.
En los años sesenta nuestro máximo ídolo ciclístico y mejor
deportista del siglo XX, Cochise, intentó varias veces obtener el título
mundial en su especialidad de pista, los cuatro mil metros persecución
individual y… allí encontramos al primer sirirí: el suizo Xaver Kurmann. Por
fortuna en 1971 en una carrera memorable Cochise obtuvo un merecido triunfo
frente al también suizo Josef Fuchs.
En los años ochenta del siglo pasado llegó el primer
desembarco masivo de ciclistas colombianos a Europa. Sin mucha técnica, sin
ningún sentido de la estrategia, pero con mucho coraje y condiciones innatas, empezaron
a disputar carreras del circuito aficionado, como el Tour del Avenir. Llegaron
Alfonso Flórez y Patrocinio Jiménez, entre otros, y encontraron su sirirí. El
soviético Serguéi Sujoruchenkov, más conocido como Suko, privó a los
escarabajos de muchos triunfos en etapas de montaña y de títulos en vueltas. Sin
embargo, el inolvidable Alfonso Flórez Ortiz, el Petit Diable, en el año 1980
logró un apoteósico triunfo en el Tour del Avenir venciendo al sirirí.
Y llega la era del profesionalismo y se asume el reto de correr
contra los monstruos del ciclismo mundial. Era la época gloriosa de Bernard
Hinault y allí llegaron Herrera, Parra, Pacho Rodríguez y otros grandes
corredores, a terciar en las grandes vueltas y cuando se retira Hinault aparece
un sirirí: Laurent Fignon. Y cuando no está Fignon y parece que, por fin, se
podrá coronar una gran vuelta, aparece el vaquero Greg Lemond de Estados
Unidos, un país al que en el espectro ciclístico no se le tenía en cuenta para
nada, y ganó tres veces el tour de Francia. Pero, bueno, aún en esta época un
colombiano, Lucho Herrera, ganó por primera vez la vuelta a España.
Pasó el tiempo, hubo cierto bajón en la participación en
grandes vueltas, solo algunos ciclistas colombianos, entre ellos Santiago
Botero, se destacaron y hay un lapso dominado por una figura excluyente, un
monstruo con pies de barro: Lance Armstrong con sus siete tours. Y llega una
nueva camada colombiana encabezada por Nairo Quintana. En su primer Tour de
Francia es segundo en la general, ganador de la camiseta blanca y de la emblemática
camiseta de la montaña y parecía que inevitablemente vendría una cadena de
triunfos en grandes vueltas y en parte lo logró con un Giro de Italia y una
Vuelta a España, pero en el Tour de Francia... apareció un nuevo sirirí:
Christopher Froom y allí fueron otro segundo lugar y uno tercero para Nairo y
un segundo lugar para Rigo Urán.
Cuando coincide la decaída de Froom por una grave lesión
con la aparición del nuevo fenómeno, el joven Egan Bernal, quien gana el primer
Tour de Francia para Colombia y un Giro de Italia, aparecen de la nada y de un
país sin mayores antecedentes ciclísticos dos nuevos sirirís: los eslovenos Primoz Roglic, ya veterano, y sobre todo Tadej
Pogacar quien a sus veintitrés años se presenta como el sirirí al que tendrá
que enfrentar Egan Bernal y los ciclistas colombianos en general si quieren
volver a ganar una gran vuelta y, en especial, el Tour de Francia.
Pero también podemos verlo desde la otra orilla y, con
seguridad, Egan, Nairo, Rigo, López, Higuita y otros más de los que en Colombia
se producen de manera silvestre, seguirán siendo los sirirís para los
corredores europeos y obtendrán nuevos triunfos en las grandes vueltas.
¡Que viva el ciclismo!