martes, 19 de octubre de 2021

De cara al porvenir: nuestros pódiums

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

La alegría y el orgullo patrio que se siente al ver a uno de nuestros compatriotas o a alguna institución pública, privada o social recibiendo reconocimientos internacionales por sus logros o realizaciones, definitivamente es una de las experiencias más gratificantes que existen.

A los miembros de mi generación se nos puso la carne de gallina y se nos encharcaron los ojos con los triunfos de Cochise Rodríguez, Pambelé, Bellingrot, Víctor Mora, Isabel Urrutia, Mariana Pajón, Caterine Ibargüen y una pléyade de deportistas que, a nivel Panamericano, Olímpico o Mundial, realizaron grandes hazañas y que para nosotros no eran comunes.

Qué decir de nuestro Premio Nobel de Literatura, del doctor Hakim, de Juanes, de Shakira, de Carlos Vives, de Rafael Puyana (QEPD), de Andrés Posada, de Martha Senn, de Ciro Guerra, de Nairo Quintana, de Egan Bernal, entre otros tantos, que sobre todo, en el presente siglo, han dejado muy en alto el nombre de Colombia y que nos han venido acostumbrando a que sí somos capaces de llegar al pódium.

Lo anterior es ejemplificante y sirve de modelo para que los niños se sientan orgullosos de Colombia y de sus conciudadanos.

Sin embargo, también tenemos un pódium nefasto, sobre todo en aquellos asuntos que tienen que ver con actuaciones ilegales de algunos compatriotas y de la violación de derechos humanos.

El último de estos mal llamados “reconocimientos” nos lo da la ONU cuando denuncia que Colombia es el país en el que más personas defensoras de los Derechos Humanos han sido asesinadas en lo que va del año 2021.

De manera semejante, estamos en el pódium de los países que más defensores del medio ambiente han sido asesinados, así como en lo que tiene que ver con violaciones de menores, feminicidios y asesinatos de sindicalistas, indígenas, periodistas, líderes sociales, jueces y personal de las fuerzas militares y de policía sin que se haya reconocido un estado de guerra interna.

De igual manera, somos uno de los países más corruptos y tenemos una de las justicias más ineficientes.

La mala imagen que unos pocos le proyectan al mundo como ciudadanos colombianos, es costosísima.

Es cierto que son unos pocos, pero no es aceptable la excusa esgrimida tradicionalmente, de que son casos aislados, por la manera recurrente y sistemática de su actuación, que deja por el suelo el concepto de familia como piedra angular hasta hace poco de nuestra sociedad; desprestigia y pone en evidencia las falencias del proceso formativo y de la educación impartida, y lamentablemente, pone contra las cuerdas a un Estado que es incapaz de proteger la vida, honra y bienes de sus ciudadanos y muestra impotencia para aplicar debida justicia.

Ahora bien, cuando los transgresores de la ley son miembros del Estado desde cualquiera de sus instituciones, la cosa pasa de castaño a oscuro.

También aportamos el segundo río más contaminado del mundo, que es el Río Bogotá.

Necesitamos llenar los espacios de noticias positivas. Tenemos científicos, intelectuales, deportistas, instituciones que todos los días hacen milagros con los pocos recursos que tenemos como país en desarrollo, a los que hay que levantarles un monumento por su persistencia y tenacidad.

Debemos dejar a un lado la cultura necrófaga que nos imponen los medios de comunicación con la exaltación diaria del delito y las permanentes apologías de criminales que se han convertido en verdaderos personajes de la televisión y del cine.

Ahora bien, retomando el pensamiento de Michel Foucault, uno de los últimos grandes filósofos de Occidente, otra cosa es que los dueños del poder se beneficien del estado de cosas, para imponer la lógica del miedo y hacer ver como necesaria la existencia de un Estado policivo.

Recordemos alguno de sus pensamientos más agudos:

“La delincuencia tiene una cierta utilidad económica-política en las sociedades que conocemos. La utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente:

Cuanto más delincuentes existan más crímenes existirán, cuantos más crímenes haya más miedo tendrá la población y cuanto más miedo haya en la población más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial.

La existencia de ese pequeño peligro interno permanente es una de las condiciones de aceptabilidad de ese sistema de control, lo que explica por qué, en los periódicos, en la radio, en la televisión, en todos los países del mundo sin ninguna excepción, se concede tanto espacio a la criminalidad como si se tratase de una novedad en cada nuevo día”.

¿No les parece semejante a lo que hoy sucede con la inseguridad propiciada por la delincuencia común en Bogotá y las soluciones propuestas?