Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Pululan
en estos días por las redes sociales memes, videos y toda clase de chistes para
referirse a los 4 000 afganos que llegarán al país, en calidad de refugiados, según
anunció el gobierno nacional. En un contexto distinto al actual tal jocosidad
sería realmente graciosa. Hoy la encuentro desafortunada y de mal gusto.
Que
la gente de cualquier pueblo o nación tenga que huir de su tierra no es ningún
chiste. Es una tragedia. A lo largo de la historia de la humanidad estas
dramáticas situaciones se han repetido reiteradamente ante la mirada
indiferente, si no cómplice e indolente, de otros pueblos que quizás no saben
lo que significa dejar literalmente todo para poder salvar el propio pellejo y
el de los suyos.
Recientemente
hemos sido testigos de la migración venezolana en nuestra patria que bien puede
superar los dos millones de personas. El infeliz régimen castro-chavista ha
puesto contra la pared a millones de patriotas y los ha obligado a huir de su
tierra, de su cultura y de su gente, abandonando por doquier sus pocas o muchas
posesiones con tal de encontrar mejores oportunidades y condiciones para
sobrevivir.
Ahora
vemos por las imágenes que nos comparten los diversos medios, que la escena se
repite en otra latitud muy lejana, otra cultura, otra religión, otras
condiciones. Los talibanes se han tomado el poder en Afganistán y victoriosos,
sin ganar la guerra, observan delirantes como el ejército del tío Sam ha salido
con el rabo entre las patas después de gastar infructuosamente billones de
dólares en una confrontación de nunca acabar. Las imágenes de la gente
queriendo huir de Kabul, su capital, son espantosamente aterradoras. A como dé lugar,
sin nada más de lo que llevan puesto, esperanzados, se hacinan en los grandes aviones
con tal de salir de ese infierno. Los que no logran entrar se aferran
desesperados a alas y alerones del avión para caer al vacío a los pocos
segundos del despegue y matarse contra el piso. Eso, no me parece nada gracioso.
No
sabemos nosotros qué es esto de quedarse sin tierra, sin casa, sin nada. Por
eso resultamos tan excluyentes como xenófobos, tan crueles como payasos de baja
estopa. No pareciera afectarnos para nada el dolor ajeno. Creemos jocositos que
aquellos la pasan delicioso en su obligado turismo de pasar hambres y
desprecios. ¿Qué tiene de chistoso recorrerse a pie cientos de kilómetros de una
carretera solo o con su familia a expensas de alguien que generosamente les
tire una moneda o les de una botella de agua?, ¿los afganos que llegan traen su
pasaporte diplomático y pagarán cómodamente un hotel?, ¿vendrán en mejores
condiciones que los vecinos de al lado? Excúsenme ser aguafiestas de esos
chistes, pero la crisis humanitaria que vivimos es grave, con ellos como
emigrantes y con los millones de nuestros propios que ya teníamos. La inequidad
se acumula y todo seguirá igual si nuestra clase política dirigente sigue
siendo la misma con los mismos, repartiéndose el erario, en tanto el pueblo
sigue literalmente jodido.
Con
la desgracia no se hacen chistes, porque estoy descubriendo que con el solapado
argumento de que somos un pueblo resiliente y de buen humor, estamos peor que
antes.