Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Como
país, propiamente hablando, no es que seamos muy deportistas y eso viene de los
hábitos caseros muchas veces sedentarios y perezosos, con dietas cargadas de
carbohidratos y comida chatarra que incentivan el sobrepeso, pero también de la
escuela donde las clases de educación física para muchos son una tortura
semanal y las llamadas tardes deportivas, un acontecimiento eventual. Desde el Estado
ahora contamos con un ministerio del deporte, pero sospecho que su presupuesto
no es generoso porque no se observan resultados.
No
hay por qué extrañarse, entonces, del bajo rendimiento de nuestros atletas, la
mayoría de los cuales, de extracción humilde, les ha tocado hacerse a pulso y
con mucho esfuerzo, sin patrocinios de mecenas del deporte. Realmente pocos
sobresalen y se convierten en referentes y cuando triunfan solitarios, ha sido
tradición que desde el alto gobierno se les felicite y condecore y todos nos sintamos
con derecho a recibir una cuota de participación en sus personales y
sacrificados méritos.
No
sé si gracia o pena me produce vivir por años de la renta de glorias pasadas.
Por lo menos 25 gozamos el 4-4 con Rusia en el mundial del 62, como diez el gol
de Rincón a Alemania en el mundial de Italia, otro tanto el 5-0 a Argentina
camino a Estados Unidos. Eso en el fútbol donde no vemos todavía un camino
despejado y fácil hacia Qatar. Igual en el ciclismo: primero con Cochise
Rodríguez, luego Fabio Parra, Lucho Herrera y ahora la trilogía de Egan, Nairo y
Rigo. En boxeo con Pambelé, Rocky Valdez y el Happy Lora.
Lo
más grave es que queremos que esa renta dure décadas, pero poco o nada hacemos
por promover nuevas figuras. Por eso estos olímpicos de Tokio han resultado tan
decepcionantes y en vez de mejorar, como la cola de las vacas, hemos ido de para
abajo. Mariana Pajón, realmente excepcional después de ganar oros en dos
olimpiadas, todavía nos trajo plata a pesar de que los años pasan. Queríamos
que la Ibargüen y los otros fueran eternos y no. Y nos ponemos bravos y
demandamos una pelea de boxeo a ver si nos consuelan con algo y nada. Hay que
reconocer lo logrado, pero en toda la historia tenemos poco más de 30 medallas
y sacamos pecho por eso sin caer en cuenta de que esa cifra la sacan muchos
otros países en una sola justa.
Qué
tristeza, vergüenza y rabia el bochornoso espectáculo de las barras en nuestros
estadios con hinchas que no hacen nunca deporte, pero sí consumen toda clase de
drogas y con su violencia son un peligro para la sociedad. La fuerte escena de
la repetida pateada en la cabeza de un hincha a otro es criminal, pero la
“justicia” nuestra no da para judicialización y el sinvergüenza delincuente
sale sin cargos, libre, orondo y airoso como la Epa aquella, vándala infeliz que
hizo daños millonarios en Transmilenio y solo recibió un tierno llamado de
atención. ¡Despropósitos!
Dicen
que el deporte es salud y me consuela ver que aumenta el número de
practicantes, aunque sea exiguo todavía. En tanto se promueve y aumente, lo
digo sin pelos en la lengua, así más de uno se me ponga bravo, seguiremos
siendo un país física, psicológica y moralmente enfermo o, si quieren, no
saludable. ¡Es hora de ponerle atención al deporte!