Por José Leonardo Rincón, S. J.*
A
la característica incertidumbre que ha generado esta pandemia interminable con
todas sus secuelas, más que conocidas, padecidas, entre las que sobresale la
recesión económica y su consabida cadena de males, se ha sumado por ya casi un
mes el paro nacional que no es otra cosa sino la expresión de una represión
acumulada por décadas que ya no aguantó más y puso en evidencia la crisis
estructural que veníamos maquillando y tratando con pañitos de agua tibia. Y como
si fuera poco nos bajan la buena calificación de inversión que teníamos y hasta
nos quitan la copa América. Mejor dicho, lo único que nos falta es un terremoto
para quedar completicos. Tras de cotudos, con paperas.
Tan
infelices situaciones, sin embargo, trato de mirarlas con una lente distinta: no
la del de la vista gorda que sabe lo que está pasando y se hace el marciano; ni
la del aséptico que desde su cómoda poltrona quiere posar de neutral, por no
decir indiferente; tampoco la del oportunista que quiere sacarle capital
político al río revuelto; ni la del extremista que en su bipolaridad no ve sino
blanco o negro; ni la del vándalo que utiliza la pacífica manifestación popular
para infiltrarse, agitar el caos, la anarquía, la destrucción, la violencia y
la muerte. No. Después de la tempestad viene la calma, después de la noche
oscura viene la mañana soleada. Y avizoro mejores días para todos, porque las
crisis son oportunidades si realmente se saben afrontar como debe ser.
Lo
mejor que ha pasado es sentarse a dialogar. Los mediadores resaltan el ánimo de
las partes. No podría ser de otra manera si es que pensamos en grande, si nos
pensamos como país. Desgracia sería hacer de estas mesas análogas batallas
campales para ver quién gana el pulso, quién es el más fuerte. Solo dialogando,
esto es, exponiendo razones y argumentos es como nos entendemos. Por ejemplo,
estamos felices porque tumbaron las reformas, tributaria y de la salud, pero al
dialogar nos estamos dando cuenta de que es necesario hacerlas, sí, quizás no
así como se planteaban, pero hay que hacer ajustes.
Me
parece que la mesa nacional de diálogo debe ampliarse luego, en por lo menos
otras 10 mesas con temas específicos, al frente de las cuales debe haber representantes
de las tres ramas del poder público, líderes gremiales y empresariales,
representantes de la academia, líderes sindicales y populares, jóvenes
estudiantes, como quien dice, voceros de un país que quiere recrearse,
reconstruirse, siendo todos actores propositivos de ese mejor país que también
queremos todos. Deben contar con una juiciosa metodología que desemboque en
resultados productivos y muy realistas. No se pueden producir acuerdos para
echarle un baldado de agua al fuego, cuando en realidad hay un incendio de tamañas
proporciones. Farsante sería prometer puentes donde no hay ríos, esto es,
mentirse de entrada, otra vez, para aumentar la represa que luego se desborde. Por
eso he hablado de ceder y conceder, nunca retroceder. Hay que jugársela toda
con honestidad y crudo realismo. Estamos en Macondo, no en Suiza.
Hemos
visto que las masivas protestas, acompañadas de expresiones artísticas y
culturales se pueden hacer pacíficamente y son realmente contundentes. Y
también hemos visto la tragedia del vandalismo, el saqueo y la violencia qué es
y lo que producen: más represión y más muertes. Los bloqueos indefinidos nos
están acabando y en ambos casos todos resultamos perdedores y peor que antes. Si
por un minuto se cayera en cuenta de que las partes enfrentadas son todas del
mismo pueblo, que es el que siempre pone los muertos y padece las quiebras
económicas, se dejaría de ser idiotas útiles de los extremos polarizantes que
se solazan viendo cómo nos acabamos mientras ellos y sus familias en el
extranjero tienen todas las comodidades. ¡Basta de ingenuidades!
“No
hay mal que por bien no venga”, reza sabiamente el adagio popular. Dije,
sabiamente, inteligentemente, sensatamente. Porque si no se asume así, las
cosas pueden tornarse peores y eso solo les conviene a los gatos que quieren
radicalizar el conflicto para quedarse con el queso y todos los ratones. ¡Pilas!