Por José Alvear Sanín
Precisamente
por ver diariamente las noticas de Deutsche Welle y recibir las Schlagzeilen de
Der Spiegel, no pienso que Alemania
sea un país modelo, pero sus recientes acontecimientos electorales suscitan
algunas reflexiones. El hecho es que los cristiano-demócratas (la Unión de la
CDU y la CSU), que casi siempre han gobernado desde 1949, solos o en coaliciones,
ha obtenido su peor resultado de los últimos 50 años en las elecciones de tres
Länder, de cara a las generales de septiembre. Este fracaso se debe en gran
parte al descubrimiento de que dos, quizá tres, diputados de la Unión se han
lucrado en contratos sospechosos para el suministro de elementos necesarios en
esta emergencia sanitaria.
No
ha valido la expulsión de los implicados del partido, para que la percepción de
alguna corrupción en sus filas cobre elevada factura. La sensibilidad del
electorado alemán frente a la corrupción contrasta con nuestra indiferencia o
insensibilidad ante una verdadera pandemia política y social que arruina la
democracia y nos tiene al borde del abismo.
Aquí,
desde humildes políticos chocoanos hasta encumbrados expresidentes de la
república disfrutan de las fortunas económicas o políticas obtenidas gracias a
la corrupción, amparados por la solidaridad de sus copartidarios, el silencio
de los medios masivos y la inactividad, cuando no, de la colaboración judicial.
Esto
sería menos terrible, si no fuera por el hecho de que los corruptos conservan
sus votos o los acrecientan, pase lo que pase. Para ninguno de mis amigos
lectores es difícil cerrar los ojos y en pocos segundos repasar la lista de
dirigentes podridos en alcaldías y cuerpos colegiados, y entre exministros,
magistrados y toda suerte de políticos, todos enchufados, reelectos o
reelegibles.
Ahora
hablemos de Petro: después del valiente reportaje de Vicky Dávila, en vez de
terror he notado una sensación de alivio (¡Por fin se destapó del todo este
tipo!). Más de uno me ha dicho que es imposible que tamaño irresponsable llegue
a la presidencia, así venga creciendo hasta ahora en las encuestas y ocupe en
ellas el primer lugar en la carrera hacia la casa de Nariño.
Bueno,
el exterrorista, exguerrillero (porque en Colombia se puede ser ex de tales
oficios), y el exhombre de las bolsas, sigue disfrutando de impunidad judicial
y mediática. Es verdad que ahora se ha quitado la careta y en su arrogante
discurso ya no oculta su programa narco-castro-chavista.
Este
programa será cada día más atractivo para el 80% del electorado, sumido en la
miseria de la pospandemia, que ha agravado las condiciones precarias de la
mayoría y ha pospuesto sus esperanzas en el futuro.
Además
del Foro de Sao Paulo, las FARC, el ELN, Fecode, narcotráfico, minería ilegal y
los medios mamertosos (de los cuales no omito la DW), Petro dispone de
mecanismos publicitarios eficaces, especialmente en las redes, pero su gran
palanca está en las promesas demagógicas, que les parecen ridículas a las
gentes bienpensantes en las altas esferas (y no a todas, porque también hay un
amplio grupo socialista-caviar en el estrato 7)
No
quiero alargarme, pero tenemos muy cerca la historia de Daniel Quintero
(Pinturita), individuo desconocido, que proponiendo apenas rebaja en los
servicios domiciliarios ganó la Alcaldía en Medellín, para repetir allí los
desastres de Petro en Bogotá y disponer de billones para las elecciones de
2022, al igual de la Claudia…
No
nos cansemos de gritar “¡Qué viene el lobo!”, porque sí viene. Ojalá en
Colombia no se repita el cuento del feroz animal y los chanchitos, porque en su
versión original no existe casita de ladrillo a la última hora y simplemente la
fiera sí se come a los tres cerditos, que jugaban, danzaban y cantaban en torno
a las docenas de candidotes presidenciales que se disputan el electorado que no
tienen.