En Colombia falta mucho por hacer y hay mucho que corregir, como en
todas partes. Pero a las nuevas generaciones se les ha enseñado a considerar a
su patria como un país paupérrimo, explotado por el imperialismo, dominado por
una clase opresora (oligarquía) que chupa la sangre del pueblo, mientras el
"aparato represivo" mata, atropella y persigue. En esa óptica la
conquista española fue atroz, la religión católica una imposición odiosa, la
democracia representativa una farsa, la historia patria una mentira y nuestros
estadistas unos asesinos.
En una serie de "facultades" de historia se gradúan
anualmente centenares de jóvenes cuya profesión será la enseñanza de la
asignatura bajo los postulados anteriores.
Dos o tres docenas de catedráticos nacionales y una caterva de
"investigadores", norteamericanos y franceses especialmente, producen
regularmente libros cortados por la misma tijera. Con acopio de citas de pie de
página se remiten unos a otros para repetir las mismas monsergas en un lenguaje
cargado de terminología abstrusa, aunque hay muy valiosas excepciones, como Roger
Brew, James Parsons y Frank Safford, que han hecho importantes aportes a la
historiografía en Colombia.
Esa producción
copiosa deja un sedimento de frustración en la juventud, de rechazo por las
instituciones, generando un clima donde se justifica y exalta la violencia
guerrillera, el terrorismo político, el secuestro extorsivo y todas las
modalidades delictuales que se ponen al servicio de la "revolución".
Inclusive una
escuela teológica ha sustituido en el seminario, la teología por la sociología,
la filosofía por la dialéctica, la ascética por la sexología y la liturgia por
la música pop.
El triunfo, en
dos palabras, de Gramsci, porque no sirve el poder si no se domina el
pensamiento de las personas y la cultura de las naciones. En Colombia la enseñanza
superior está confiscada por un profesorado inculturado en el marxismo, que
sigue transmitiendo una ideología sepultada en los países que la padecieron por
larguísimos años.
Cada día se sabe
más de los increíbles extremos de violencia y terror que impusieron a sus
pueblos Lenin y Stalin, de los incontables millones de muertos que exigió la
creación del "hombre nuevo", de la indecible miseria de la vida en
los países donde desapareció la libertad, para ser dirigidos por una burocracia
tan incapaz como corrupta. Sin embargo, en nuestra patria seguimos avanzando
hacia las soluciones socialistas, cerrando los ojos ante el creciente horror
venezolano.
Y este proceso
de tergiversación de la historia se ha coronado a partir del acuerdo final,
rechazado por el pueblo colombiano, con la creación de dos organismos
oficiales, con presupuesto monumental, para reescribir la historia y demostrar
la inocencia y el heroísmo de los movimientos subversivos contra una opresión
de siglos. Por fortuna, el Centro Nacional de la Memoria Histórica, dirigido desde
hace dos años y medio por un grande e imparcial historiador profesional, escapó
de la coyunda marxista-leninista… (¿hasta cuándo?), porque por desgracia hay
una comisión adoctrinadora que sigue adelantando su misión proselitista,
dirigida por un cura torcido y una banda de diletantes y de contratistas bien
remunerados para la elaboración de libros y documentos ad hoc, bien pagados, al servicio de la historia ficción.