viernes, 16 de octubre de 2020

Por los ciclistas

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.

Las imágenes que se hicieron vírales por las redes sociales no pudieron ser más estremecedoras: un ciclista pedalea ascendiendo un viaducto, cuando de pronto un furgón blanco lo embiste y en fracciones de segundo el hombre choca violentamente con el muro de concreto y finalmente cae cinco metros al vacío y se estrella contra el pavimento de la vía que por allí pasa. Sorprende la acción que en principio podría juzgarse como accidental, aterra que el conductor siga de largo como si nada y huya de la escena del crimen, alivia la noticia de su captura, indigna su casi inmediata liberación “porque no fue capturado in-fragranti”, duele la muerte impune de la víctima, clama al cielo esa “justicia” nuestra.

El trágico evento no es excepcional ni aislado. Las altas cifras de accidentalidad, más que estadísticas frías, deberían sacudir las conciencias de las autoridades y generar medidas rigurosas de ordenamiento para la movilidad de vehículos, motocicletas, bicicletas, patinetas y los mismos peatones. Nuestro tráfico cotidiano es caótico por lo anárquico y si no hay más muertes es por la misericordia de Dios.

Este país nuestro ha vibrado y sigue vibrando con el ciclismo. De pequeño escuchaba las transmisiones que el legendario Carlos Arturo Rueda C. narrara desde el Caracol verde o el Caracol habano. Atrás quedaron Efraín “el Zipa” Forero, mi héroe Martín Emilio “Cochise” Rodríguez, luego Lucho Herrera o Fabio Parra y más recientemente Nairo Quintana y Egan Bernal. Nos emocionamos con sus triunfos e imaginariamente nos volvimos sus émulos cuando aprendimos lo que nunca se olvida: montar en bicicleta. Lo paradójico es que cuando los encontramos en las vías nos incomodan y fastidian. Ahí está el quid del asunto.

El insuceso mencionado generó un fuerte debate sobre el cuidado con los ciclistas y de todo ese ir y venir, me va quedando claro que el respeto a la vida humana es un no negociable. Quien conduce un vehículo de gran tamaño no debe intimidar ni arrinconar al que maneja un auto pequeño y este debe estar atento a no lesionar a quien en una bicicleta es vulnerable y quien pedalea su bici debe respetar al peatón que cruza la calle o camina por el andén. La cadena de agresividad del grande frente al chico, con la ley del más fuerte, aquí se hace patente. La vida, ante todo. Finalmente, tras esos aparatos, seres humanos.

Las autoridades responsables de la movilidad en nuestro país cometen desde hace tiempo un grave pecado mortal por omisión: no poner orden ni regular el tráfico vehicular y peatonal. Hay que volvernos a educar en las normas básicas de convivencia al respecto. Demarcar los carriles de velocidad: lentos a la derecha, rápidos a la izquierda. Los motociclistas culebrean zigzagueando irresponsablemente y no pasa nada. Nos ufanamos de ser una ciudad amigable con los ciclistas porque se han trazado decenas de kilómetros de ciclo rutas y los feriados se aumentan con las ciclovías, pero las demarcaciones no se respetan por los mismos ciclistas que o no las usan al invadir el carril de los carros o las emplean mal al ir en contravía, por ejemplo. Nuestra víctima que inspiró esta nota, iba por el carril equivocado, máxime en una autopista de alta velocidad, pues siempre debería ser por la derecha. Claro, eso no excusa el asesinato, pero sí deja una muy costosa lección para aprender.

Las últimas alcaldías han promovido el uso de la bicicleta y eso está muy bien en aras de la salud y del ser más solidarios con el medio ambiente, pero también es muy importante la responsabilidad al saber usar estos aparatos: los andenes no son para hacer juegos y piruetas y menos para andar desbocados llevándose por delante a todo el mundo. Teniendo ciclo rutas hay que usarlas no invadiendo los carriles de los autos y moviéndose por ellos como si fuera un ciclo paseo. Todo a su tiempo y en su justo lugar. No hay de otra. Es por los ciclistas y obviamente, también por nosotros, es decir, por todos.