Por José Alvear Sanín*
Muchas
veces en la historia de Colombia fue verdad aquella solapada sentencia de “Quien
escruta elige”. Para no ir más lejos, Rafael Reyes llegó a la Presidencia
por el célebre fraude del registro de Padilla; y luego, ya en los tiempos del
sufragio universal y directo, el pucherazo era bien frecuente, de tal manera
que esa condición esencial para la democracia, la de la pureza del sufragio,
apenas comienza a hacerse realidad a partir de la introducción de la cédula
laminada, debida a la administración Ospina Pérez.
Con el
uso de este instrumento el país, desde el Frente Nacional, tuvo en general
comicios transparentes y resultados confiables.
Desgraciadamente,
en años recientes irrumpe la amenaza del fraude electrónico, masivo e
indetectable. Por esa razón, el voto electrónico ha sido rechazado en los
países democráticos, mientras se adopta para perpetuar dictaduras infames, como
la de Maduro.
En
Colombia se avanza hacia un régimen electoral que puede eliminar la democracia.
Ya tenemos el cómputo electrónico y nos amenaza el segundo paso, el voto a
través de terminales de computador.
Frente
al segundo hay justificada preocupación, expresada por autoridades en la
materia, como los expertos en ese asunto del Foro Atenas, el doctor Guillermo
Mejía, Alberto López Núñez y Jorge Escobar Restrepo, pero el Consejo Nacional
Electoral sigue empeñado en la adopción del voto electrónico, el gobierno no se
inmuta, y en el Congreso, incluyendo legisladores del Centro Democrático,
cuenta con opinión favorable.
En
fin, el voto electrónico completa un sistema propicio al fraude definitivo e
inapelable, pero además se presta para contrataciones impresionantes, porque la
adquisición de 100.000 y más terminales de computador es muy apetitosa, y
repetible, porque a medida que esos aparatos, mal almacenados durante cuatro
años en multitud de lugares, se deterioren, será necesario comprarlos de nuevo.
El
voto a través de terminales completa el sistema, porque ya en Colombia el
cómputo se hace, mediante pago astronómico, en cosa de hora y media (¡récord
mundial!), con una firma de mínima confiabilidad, estrechamente vinculada al
representante en este país del señor Soros, Juan Manuel Santos, principal
interesado en la consolidación de su acuerdo con Timochenko, es decir, la
implantación en Colombia de otra “República Bolivariana”.
No
solo la entrega del cómputo a la tal firma de Thomas Gregg es alarmante, sino
que también es muy preocupante que la inmensa mayoría de los jurados de
votación procede de las bien disciplinadas filas de Fecode, organización de
obediencia revolucionaria, enemiga, desde luego, de la democracia “liberal y
burguesa”.
Después
del robo del plebiscito es posible esperar cualquier maniobra para eliminar los
vestigios del orden constitucional y la democracia representativa.
¿Hasta
dónde el NO triunfó apenas por 50.000 votos? ¿De dónde salieron ocho millones
de votos por Petro, más que duplicando los mejores resultados anteriores de las
izquierdas? ¿Hasta dónde son creíbles los millones de votos de la tal consulta
anticorrupción, cuando los locales estaban vacíos hasta después del mediodía?
Estos
interrogantes plantean muy serias dudas sobre la confiabilidad de un CNE
formado y dirigido por politicastros irrestrictos y partidarios del “acuerdo
final”
El
tiempo que nos separa de las elecciones de 2022 es muy corto, y ellas serán
regidas por un órgano más que cuestionable, contabilizadas por una firma
comprometida con la subversión, y es posible que se efectúen con voto
electrónico. ¿Qué se está haciendo para conjurar esta letal y definitiva
amenaza?
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La
magistral biografía de José Eusebio Caro, de Fernando Galvis Salazar, fue laureada
en 1953 con el primer premio en el concurso convocado con ocasión del
centenario de la muerte del cofundador del Partido Conservador. Uniediciones la
acaba de reeditar este año en Bogotá.
La
figura de Caro, poeta, pensador y luchador político, está muy desdibujada en
los tiempos que corren. Apenas se lo recuerda por haber suscrito con Mariano
Ospina Rodríguez el imperecedero Manifiesto de 1849, de perenne vigencia para
un partido que durante siglo y medio proclamó los principios cristianos y
democráticos de sus fundadores, influyendo positivamente en la República.
Galvis
Salazar escribió también las mejores biografías de Marco Fidel Suárez y de
Rafael Uribe Uribe. La segunda ha sido reeditada en 2016 por Temis, mientras la
de Suárez sigue esperando una nueva edición.
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“Cabeza
y manos” ¡Consejo desoído de José Eusebio Caro en un país que ha preferido
manzanillos, poetastros y rábulas, a empresarios y científicos!