José Alvear Sanín*
A espaldas del país, con gobierno desentendido y CD desorientado, avanza, por parte del Consejo Nacional Electoral y la Registraduría Nacional del Estado Civil, la sigilosa implantación del voto electrónico en Colombia.
Hasta
ahora, afortunadamente, el voto se ha emitido mediante papeletas que se
depositaban en las urnas, y las actas de las mesas de cada puesto de votación
se sumaban in situ y luego se
transmitían para el cómputo oficial. Pero en las últimas elecciones, el cómputo
final de resultados se contrató, por una suma astronómica, con una firma
estrechamente asociada con Juan Manuel Santos. En consecuencia, ya tenemos
cómputo electrónico, situación muy preocupante, pero desconocida para la
generalidad de los ciudadanos.
En
esas condiciones, la firma que contabiliza y consolida los resultados está
capacitada para ejecutar cualquier fraude. Ese temible riesgo carece de control
eficaz.
Por
tanto, aun conservando la emisión manual de los sufragios, la firma puede
alterar la voluntad popular y convertirse en el único elector…
El
escrutinio debe, entonces, volver al organismo electoral, por motivos tanto de
soberanía del Estado, transparencia e imparcialidad, como económicos, porque se
viene reconociendo sumas absolutamente desproporcionadas al afortunado y bien
cuñado contratista.
Es preferible
tener resultados electorales confiables e impugnables, cuatro o cinco horas
después del cierre de los comicios, que tenerlos poco confiables, hora y media
más tarde, batiendo Colombia todos los récords mundiales en esa materia.
Para
prevenir fraudes, desde hace años se viene hablando del voto electrónico, pero
este no ofrece ninguna garantía. Por el contrario, se presta a la manipulación
más descarada y a la eliminación de los soportes físicos. Por eso ningún país
democrático lo ha adoptado.
Como
ahora en Colombia, a través del cómputo electrónico, el fraude está al alcance
de quien escruta, lo imperativo no es adoptar la votación electrónica, sino
reformar profundamente el Consejo Nacional Electoral y la Registraduría, porque
urge devolver credibilidad al organismo electoral.
El
voto electrónico exige software y unas 100.000 terminales para sustituir las
mesas de votación, sin que tan cuantiosa inversión ofrezca ninguna garantía.
Como
el CNE es emanación de los partidos políticos y dispone de autonomía total, el
actual registrador nacional del Estado civil es un manzanillo que no inspira
confianza, ni en materia de escrutinio de los resultados en 2022, ni en lo
atinente a contratación.
Las
elecciones electrónicas para 2022, en las que está empeñado ese funcionario,
van a requerir un jugoso contrato, al parecer de varios centenares de millones
de dólares, que, además, el país empobrecido por el covid-19 no puede asumir.
Ante
la amenaza aterradora de que por medios virtuales se consagre en Colombia
aquello de que “quien escruta, elige”, es inadmisible que no se realice el más
profundo y objetivo debate sobre ese asunto, máxime cuando se sabe que tras del
mismo van firmas sospechosas, como las que organizaron el fraude permanente en
las elecciones venezolanas.
Desde
luego, la manipulación electoral es aun peor que el despilfarro, como el que puede
significar la adquisición de una inmensa cantidad de equipos para usar cada
cuatro años. En todo caso, la autorización de ese gasto no puede depender del
arbitrio del CNE, organismo politizado y santista, y de un registrador
cuestionable. La autonomía presupuestal de esos organismos es inadmisible.
Después
de toda esta alerta sobre los peligros y las tentaciones en la implantación del
voto electrónico, conviene preguntar si existen sistemas digitales confiables. Por
eso, al respecto debo llamar la atención sobre un artículo de excepcional
importancia, “El voto electrónico”, de Hernán González R., aparecido el
22 de junio en El Espectador y
reproducido el 23 en Debate (http://www.periodicodebate.com/index.php/opinion/columnistas-nacionales/item/26513-voto-electronico-en-2020).
Este columnista,
uno de los mejores de la prensa nacional, advierte: ”Nada más
antidemocrático y desinformado que retroceder con el voto electrónico por medio
de maquinitas y empresarios, similares a los empleados para falsificar la
votación en Venezuela (…)”.
A
continuación recomienda estudiar la votación electrónica con la tecnología
blockchain (cadena de bloques), que
(…) se presta hoy para
modernizar y permitir de veras la votación segura y con la participación de
todos, sin necesidad de acudir a las mesas de votación, tras una inscripción
previa, utilizando un teléfono celular inteligente, una tableta o una
computadora.
Considero
que, aun con blockchain, no conviene la votación electrónica, por su costo y
porque esta tecnología no está todavía completamente desarrollada, pero el tema
debe debatirse, porque lo que es intolerable, en cambio, es seguir avanzando a
ciegas hacia un sistema electoral que abriría ampliamente la puerta a la
República Bolivariana de Colombia.
***
La
grandeza trágica de Bolívar —
La Sociedad Bolivariana de Colombia acaba de
publicar este libro, de Carlos Ochoa Martínez, quien es miembro tanto de esta
Sociedad como de la Academia de Historia del Valle. El autor, desde Bogotá,
donde vive, nunca ha dejado de ser uno de los principales promotores culturales
de su ciudad natal, Tuluá, a la que ha dedicado evocadoras memorias de juventud
y rescatado, en varios libros, algunas de sus figuras principales.
Esta
obra no es una biografía del Libertador, aunque sigue sus pasos con precisión
cronológica, sino una meditación sobre las vivencias más dolorosas de la vida
breve, intensa e incansable del héroe, quien, después de independizar un tercio
del Imperio Español, fracasó intentando dar a esas naciones la estabilidad
institucional requerida para el bienestar de sus pobladores, que él quería
convertir de súbditos en ciudadanos. Aró en el mar y edificó en el viento,
porque las dictaduras militares, los continuos golpes de Estado y las guerras
civiles fueron el destino de cuatro de los Estados nacidos de su espada; y
Colombia, aunque poco sufrió de las primeras, pronto igualó a sus hermanas en
levantamientos y luchas fratricidas.
Además de ser un valioso y bien escrito itinerario de Bolívar, que nos permite repasar los principales acontecimientos de nuestra emancipación, los capítulos finales nos descubren muchas e interesantes facetas de los postreros meses del gobierno y de la vida del padre de la patria, menospreciado, traicionado y calumniado por buena parte de sus anteriores subalternos, cuando cumplida la obra del titán, se dedican a la ambiciosa tarea de destruirla para lucrarse de los despojos, como tantas veces vemos al llegar el ocaso en la vida de los grandes hombres.