domingo, 31 de mayo de 2020

Cuarentena, síndrome y confinamiento

Por Andrés de Bedout Jaramillo*

Escribo, pensando que lo que expreso puede serle útil a alguien, por eso me atrevo.

Mi condición de hipertenso, con 64 años de edad, me coloca en la clasificación de población vulnerable, obligada al confinamiento, hasta agosto por el momento o hasta que se invente la vacuna o se acabe la pandemia.

Para no enredarme la cabeza con la cantidad de normas nacionales y municipales, no salgo a ninguna parte y me inscribí en las plataformas de los municipios por donde tendría que transitar haciendo uso del pico y cédula, para efectos de salud, suministro de alimentos, artículos de primera necesidad y las 2 horas de ejercicio físico diario permitidas, manteniendo los protocolos de bioseguridad que todos los días por todos los medios nos repiten, a los que estamos obligados a cumplir y hacer cumplir, estrictamente.

Desde mediados de marzo estoy en cuarentena, estoy tan acostumbrado, que el síndrome de la cabaña, para mí, es ya un estilo de vida.

Les confieso que la oración y el ejercicio físico diarios, han sido la mezcla perfecta para la salud física y mental en la convivencia con muy pocas personas y la ausencia de muchas personas.

Este cambio radical en la vida, al que ya estoy acostumbrado, donde todas las actividades y rutinas que tenía antes de marzo, quedaron suspendidas en el tiempo, son por el bien mío y de la comunidad en general, por eso me cuido, para cuidar a los demás.

Esta pandemia prefiere a los que tenemos más edad y preexistencias, por sanos y fuertes que estemos. Yo hago todo lo posible por no darle papaya, manejando los riesgos de contagio, en los niveles más bajos posibles.

Respeto las opiniones de los que piden liberarnos de la cuarentena, del confinamiento, de las fronteras, pero yo le creo más a las estadísticas y a las experiencias en Colombia y el resto del mundo y pienso que lo mejor es que seamos presa del síndrome de la cabaña, nos de miedo salir y lo aceptemos como un estilo de vida.

Aprovechemos la gran cantidad de servicios domiciliarios con bioseguridad que hoy nos ofrecen, de paso contribuimos a la generación de empleo y no olvidemos, mientras podamos, a las personas que nos prestaban servicios y hoy no lo pueden hacer, porque el confinamiento y las fronteras, no lo permiten.

Tranquilos, Nuestro Señor Jesucristo, siempre está ahí para nosotros.