Por Pedro Juan González Carvajal*
Cuando se habla de responsabilidad social empresarial,
todos, de manera inmediata, tenemos nuestra propia aproximación al concepto.
Cuando se quiere hacer una reforma tributaria, que es a
todas luces un tema poco amigable, ya que en Colombia reforma tributaria y
subida de impuestos es lo mismo, uno de los argumentos para tratar de vender la
idea es que se están proponiendo ciertos ajustes tributarios con el fin de
motivar a los empresarios para generar nuevos empleos, lo cual fuera de ser un
poco ingenuo, pone en evidencia que se parte de una premisa equivocada. Un
empresario serio crea empleos cuando los necesita y cuando la vinculación de
nuevas personas garantiza la viabilidad económica, los rendimientos económicos
y el cumplimiento de los principios de productividad asociados a eficiencia y
eficacia.
Mientras el índice de productividad se mire alrededor de
la creación de riqueza, y la medición del Producto Interno Bruto (PIB) todavía siga
vigente como parámetro internacional, la cosa no va a cambiar.
Otra alternativa es que determinemos a nivel planetario y
local un nuevo indicador que refleje cierto nivel de “eficiencia solidaria”,
donde los empresarios todos, se sientan motivados, antes que obligados, a
generar unos escenarios de desarrollo económico acompañados de un alto impacto
social alrededor de la generación de empleo, pasando por encima muchas veces de
la posibilidad real de emplear la automatización, la robotización y los
elementos asociados hoy a la inteligencia artificial, lo cual, con solo
enunciarlo, genera gran reacción y por qué no gran preocupación.
Hablando de responsabilidad social empresarial, cómo
entender que a la fecha Japón esté prohibiendo de manera definitiva el uso de hornos
microondas con una medida que obliga a que a finales de 2020 no se podrán usar
más en su territorio por la emisión de ondas radioactivas para los humanos. Por
su parte Corea del Sur anuncia que dejará de producir estos electrodomésticos
en el 2021 y China en el 2023.
¿Cómo así? ¿No se habían dado cuenta los distintos organismos
de control sanitario del planeta de esta situación? ¿Tampoco se habían dado
cuenta los centros de investigación de las grandes empresas multinacionales y
transnacionales que producen estos aparatos de uso doméstico? Ante esta pasmosa
realidad, es muy complicado hablar de una verdadera figura de responsabilidad
social empresarial y de los manejos y comportamientos empresariales y políticos
que dejan muy mal parado el concepto de la ética cuando uno enfrenta estas
realidades que nos afectan, impactan y perjudican a todos, pues atentan contra
nuestra salud. ¡Qué horror! ¡Qué sinvergüenzada!
Ni qué decir de la industria farmacéutica y productos con
efectos colaterales negativos, o productos que son simples placebos o remedios
ya encontrados para curar ciertas enfermedades, pero que económica y
comercialmente no es oportuno popularizarlos ¿Cuál ética?
Dicen algunos que la noción nueva de inteligencia tiene
que ver con la capacidad de no perder la claridad de los conceptos en medio de
la creciente incertidumbre y complejidad que nos ofrece la realidad.
De igual manera se dice que una de las características de
las nuevas generaciones tiene que ver con la gran sensibilidad y de pronto
alguna debilidad de carácter, lo cual obviamente no abarca a todos los
individuos.
Las realidades hoy son agobiantes. Es difícil encontrar
una noticia positiva. Muertes, accidentes, guerras, epidemias, asesinatos,
masacres, injusticias, pobreza extrema, problemas climáticos, entre otros
tantos, atiborran el día a día.
Es por esto por lo que adquiere vigencia el ejercicio de aquello
que conocimos en el Catecismo como las cuatro virtudes cardinales: prudencia,
justicia, fortaleza y templanza, virtudes que deberíamos comprender, entender, acoger,
potenciar y aplicar.
Bajo otra perspectiva, esta vez literaria, recordemos al
escritor Ricardo Güiraldes cuando en su obra “Don Segundo Sombra” pone
en sus labios esta reflexión para Fabio, su interlocutor, para que sepa y pueda
enfrentar la dura realidad: “Hay que aprender a endurecer el corazón”.