José
Leonardo Rincón, S. J.*
Estuve en Pasto para acompañar al nuevo rector del Colegio Javeriano en
su posesión, en una sobria pero muy sentida ceremonia que resultó ser un excelente
pretexto para volver al sur, donde subsisten tantos afectos. Coincidió mi
estancia con un evento organizado por la Comisión para el esclarecimiento de la
verdad y la Unidad de búsqueda de personas dadas por desaparecidas, jornada que
se realizó en el bellísimo teatro del colegio del cual fui rector hace poco más
de dos décadas.
El lugar se colmó para la hora de inicio. Había representantes de varias
regiones de nuestro país, casi todas mujeres buscadoras de sus seres queridos,
por supuesto, víctimas afectadas por el vergonzoso conflicto que padecimos por
más de medio siglo. Pero también estaban presentes los comisionados con su
presidente a la cabeza, la directora de la Unidad y su equipo, la presidenta de
la JEP, representantes de la fiscalía, la directora del Instituto de Medicina
Legal, líderes de ONGs de muy diversos temas, jóvenes estudiantes, en fin…
Quería estar solo un rato, pero resulté quedándome casi todo el tiempo. La
consigna “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!” resonaba como elemental
y justa demanda. Las imágenes con los rostros de tantas personas de los que hoy
no se sabe nada fueron impactantes, pero los testimonios de sus familiares,
realmente conmovedores. Para uno, ciudadano citadino, lejos de nuestros campos y
veredas de la periferia, el tema resulta ser de cultura general, estadístico
(son decenas de miles) y a lo sumo político e ideológico (por algo sería). Otra
cosa es la tragedia que viven estas personas, porque si bien una es la victima
en cada caso, en realidad son sus seres queridos: papás, hermanos, familiares y
amigos, quienes a su alrededor sufren todos los días la magnitud de esta
desgracia.
En la víspera del encuentro se desató una fuerte polémica por las
declaraciones, por un lado, de la Fiscalía asegurando que en la retoma del
Palacio de Justicia no hubo desaparición forzada, y por otro, de Medicina Legal
afirmando que hubo fallas en las pruebas técnicas de reconocimiento de los
restos humanos. Habría que distinguir las dos cosas, pues una cosa es la
desaparición forzada y otra la ciencia forense. Que la ciencia y la tecnología
de hoy supere la de los años 80, es una verdad de perogrullo y que, en aquella caótica
tragedia de noviembre del 86, no hubo ningún protocolo para la recolección de
pruebas pues todo fue confusión, nadie lo pone en duda. Pero lo que resulta
inaceptable desde todo punto de vista es que nos quieran decir que no hubo
desaparecidos, cuando las cámaras de televisión registraron la salida de muchas
personas de las que después nunca se supo su paradero. Que es cierto que algunos
ya aparecieron porque sus cadaveres fueron reconocidos, no niega el delito de
la desaparición forzada que se dio allí. Que puede ser cierto que en algunos
casos hubo equivocaciones al dar por reconocidos algunos que no era esa su
identidad, no puede arrojar como conclusión que entonces no hubo desaparecidos,
por el contrario, lo confirma. Insistir en el exabrupto de que no hubo tan
tamaña barbarie revictimiza. Con razón, un joven paisa, hermano de un
desaparecido en la Comuna 13, ofendido por esas declaraciones de la Fiscalía
dijo: “seguiremos luchando, seguiremos buscándolos. El silencio para
nosotros no es una opción”.
En la guerra, se ha dicho siempre, la primera víctima es la verdad. De
manera que, para poder llegar al esclarecimiento de la verdad, un propósito que
siempre se asume una vez se ha logrado la paz, es que los actores del conflicto
armado sean invitados a contar “su” verdad, es decir, la versión libre y
espontánea de por qué actuaron, cómo actuaron, cómo y cuándo lo hicieron, con
quiénes, entre otros aspectos. En el complejo caso colombiano no son dos los
grupos de protagonistas sino muchos más: los gobiernos de turno que estuvieron
al frente de las instituciones del Estado, las fuerzas militares y de policía,
los grupos guerrilleros y sus facciones, los grupos paramilitares y sus
facciones, los carteles del narcotrafico, los grupos delincuenciales de todo
orden y matiz que sirvieron por motivos económicos a unos y otros, las personas
e instituciones de la sociedad civil… aquí el rompecabezas está lleno de fichas
que muchas veces no cuadran ni encajan. Menuda tarea tienen los miembros de la
Comisión de la Verdad para poder atender su encargo. Por ahí el señor Londoño
Hoyos dice que no cree en la verdad del Padre De Roux, como si fuera él quien
pontificara la suya. Ignora el recalcitrante señor que, al interior de la misma
Comisión, como en todas las organizaciones, ninguno piensa igual, hay posturas no
sólo diversas sino radicales desde su propia perspectiva. ¡Algunos
negacionistas resultan diciendo ahora, como hace unos años, que no hubo
conflicto, que no hubo desaparecidos, que no hubo torturas ni violaciones a los
derechos humanos, mejor dicho, que esto siempre fue el país de las maravillas!
Y en ese contexto, cuando ya había concluido mis reflexiones de esta semana,
nos sorprenden algunos de las FARC con su regreso a la opción armada. ¡Qué
frustración, qué dolor de patria, qué retroceso! “Es ahí donde se sigue
develando poco a poco la verdad”, me dijo el P De Roux a nuestro regreso a
Bogotá. Y tiene razón, porque aquí es donde, como decimos, se pela el cobre: quiénes
están de verdad con la paz y quiénes con la guerra. Qué aciertos y qué errores
tuvo el proceso de La Habana. Qué grandeza o qué mezquindad tendremos con los
desmovilizados que le apuestan a un país en paz. Si era cierto que el país se
les había entregado, por qué diablos se vuelven para el monte. Quienes son los
oportunistas que le sacan partido a la coyuntura para volver a la maldita
guerra. Me preocupa que la polarización se radicalice. Por eso mismo, el
silencio no es opción. Hay que seguir promoviendo un mejor país para todos y
denunciando a viva voz todas las plagas que quieren acabarlo. No hay de otra.