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jueves, 27 de junio de 2024

"A un torero podrán quitarle la vida, pero no la gloria" (Alfonso Vázquez II)

Luis Guillermo Echeverri Vélez
Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez

Caballero rejoneador de toros.

En un acto de barbarie, odio, resentimiento y profunda ignorancia, liderado por el atormentado narco libretista, quienes hoy le imponen a nuestra sociedad la violencia propia de la “narco-cultura” que ellos mismos han contribuido a crear, derribaron la estatua que representa la heroica gesta del maestro César Rincón en la plaza de toros de Duitama.

César Rincón nació torero y morirá torero. El maestro es un hombre y un ser humano virtuoso que jamás le ha hecho mal a nadie y sólo le ha agregado alegrías, emociones, cultura y gloria al nombre de Colombia por todo el mundo, como lo hicieron Botero, García Márquez, Cochise y todos los demás profesionales de talla mundial que ha parido nuestra tierra.

César viene del origen más humilde y necesitado de la más profunda Bogotá. Es el producto del sacrificio y el trabajo de toda una familia. Pasó una infancia llena de angustias y necesidades, perdió a su madre y su hermana en el incendio de la casa humilde donde vivían. Su padre se ganó la vida como fotógrafo taurino; y en medio de todas esas dificultades de niño, soñó con la gloria de ser torero y triunfar.

Recuerdo que empezamos al tiempo en la profesión. Lo conozco, lo admiro, lo estimo y respeto. Se merece todo lo que se ha ganado a pulso, lo que se le ha reconocido, y mucho más. Con sacrificio hizo una carrera de novillero y matador de toros sufrida con las limitaciones que el toro impone, pero él siempre llevó por dentro una profunda determinación de vencer la adversidad y alcanzar la gloria, que desborda todo lo imaginable.

Y fue a cuenta de esfuerzo y superación, que la vida y el toro le dieron una oportunidad ante la cual no dudó, porfió y brotó de su alma un río de oficio y torería al que los tiempos de su destino premiaron, encendiendo un chispazo de artería en el centro del coso de Madrid, que lo llevó a colocarse en el lugar prohibido a los humanos, donde sólo se paran los grandes.

Siendo extranjero hizo algo tan inconmensurable como convertirse en la figura de Madrid. Allí donde a muy pocos se les contagia ese duende torero que vive escondido en su arena, César iluminado, se llenó de torería, superó todo lo acontecido en su vida y se transformó en uno de los pocos toreros de época que de verdad mandaron en Las Ventas, en los toros y en la tauromaquia.

Y es que, en toda la historia del toreo, la hazaña de César Rincón es única: tras cuatro lidias a cuatro bravos y nobles toros, salió cuatro veces por la puerta grande de la exigente capital del toreo, en un mismo año. Algo que ni los más grandes de todos los tiempos lograron conquistar. Una hazaña reservada sólo para él por dos velitas que están en el cielo.

Hay seres que llegan al mundo para conquistar la gloria y marcar un camino con grandeza, que vivirá eternamente entre los recuerdos más sentidos de los demás. Son los pocos valientes que vencen por mérito propio, sin engaño ni mentira, como el maestro Rincón.

Desgraciadamente en la vida también existen seres, infelices y miserables llenos de envidia que sólo pueden hacerse notorios engañando y haciendo el mal a los demás. Seres mezquinos que jamás comprenderán toda la infinidad de cultura que emana de la tauromaquia y de esa liturgia de la representación más vivida de la vida y de la muerte a la que estamos abocados todos. Seres ajenos a la dimensión artística del toreo, pues nunca estará al alcance de su ignorancia, debido a su infinito resentimiento y a la violencia que representa su cobardía.

A un torero podrán quitarle la vida o una estatua, pero jamás podrán quitarle la gloria.

lunes, 17 de abril de 2023

¡Ser torero!

Luis Guillermo Echeverri Vélez
Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez

A la memoria de un valiente, mi padre, Fabio Echeverri Correa (Abril 20, 1933 - Octubre 27, 2017).

Antonio Machado dijo: “Ser bueno es ser valiente”. “Nadie es más valiente que un torero”.

“Un torero nos está enseñando a vivir y a morir”.

Sánchez Dragó, después de citar a Machado, al expresar su admiración y su apreciación intelectual sin límites por los toreros, por su valor, su arte y su inteligencia, expresó: “Yo cada que veo un torero enfrentar la suerte suprema me traen a la memora mis sentimientos una vieja jaculatoria española que dice”:

“Mira que te mira Dios
mira que te está mirando
mira que vas a morir
mira que no sabes cuando”

La fiesta brava es la liturgia de una cultura milenaria en la que el hombre, el caballo y el toro danzan con la muerte que cabalga en sus embestidas, mientras van inspirando pasiones y emociones, admiración, plasticidad, e iluminando la imaginación y el sentimiento de pintores, músicos, poetas, escritores, cantadores, bailadoras y entendidos encantados por ese duende que distingue ese momento de la reunión, donde el tiempo parece detenido, y en el que todo empieza y todo termina en medio del trance entre el ataque y el aguante que provoca de la gente los suspiros.

La fiesta brava es la representación viva más auténtica que existe de la propia vida. Allí convergen todos los aspectos que pertenecen a la naturaleza humana y la fiera nobleza que hay en todo el reino animal, y se mezclan con el arte del teatro más real que haya existido.

Allí, en el ruedo, es donde se distingue el alma de los que se ponen delante, de la mezquindad de todos los demás. Allí es donde se mezclan: nobleza y sentimientos, glorias, penas, sangre, triunfos, frustraciones, alegrías, música, estética, garbo y belleza, con la forma más pura de la justicia natural; allí se entrelazan los miedos, el arte y la plasticidad con la plenitud del colorido, con el grito, el sufrimiento y las pasiones, con el valor y la fuerza en su forma más pura.

Allí triunfa la fiereza o la destreza y la inteligencia, encarnadas en la maestría, el respeto, la hermandad y la jerarquía que da el oficio que llamamos tauromaquia. Allí manda el acato a la voluntad del respetable, sumado a la euforia o la desgracia en su más profunda expresión posible.

Allí, en el encuentro con el toro es donde todos recordamos que somos mortales y que vivir es un regalo de la existencia, que como llega, se va, y que nos hace apreciar la razón por la cual tenemos un alma dentro, que nos da la alegría de poder comprender, sentir y amar.

Los toreros, nos enseñan la pasión que encarna el hecho de vivir y morir, pues por amor al arte y armados de sapiencia, determinación e inteligencia le porfían a la muerte y lo entregan todo en el ruedo, su alma, su cuerpo, sus haberes y sus quereres, sus amores, sus penas, sus ilusiones y sus recuerdos; el torero todo lo deja atrás cuando se amarra los machos o se calza las espuelas y entra en la plaza resuelto a ser parte de esa danza con el toro, que le rinde culto a la vida y a la muerte. El torero es el artista que baila, vestido de colores, apeado de locura cuando transforma sus miedos en el ángel fino que surge del arte embebido en esa noble ilusión de triunfo de la cual, en medio de la lidia, emerge su valor.

Los toros nos enseñan la verdad que hay en la nobleza de su furia, nos enseñan que en la lucha por la vida hay que estar dispuestos a morir, y nos obligan a la humildad de entender que sólo somos mortales, porque su embestida es en el ruedo la única verdad, porque al toro hay que ir de frente y adentro, y porque el toro no permite ni tolera los errores, y porque al toro hay que entregarse tan desnudos y desposeídos de lo material, como siempre se llega a la vida y como siempre se ha de enfrentar el día de la muerte.

El toro nos enseña la profundidad de nuestros sentimientos cuando nos preparamos para enfrentarlo y somos capaces de expresarlos con arte y de ir a encarar la muerte con amor al sentimiento que nos hace ser toreros.

El toreo es el miedo transformado en valor por ese espíritu que distingue al hombre de la bestia, cuando de la expresión de un corazón grande emana torería. Torero se nace y torero se muere, lo demás es cobardía.

Padre mío, con tu ejemplo me enseñaste que ser torero es ser bueno, y como lo dijo Machado: que para ser bueno hay que ser valiente.