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viernes, 28 de junio de 2024

Los años dorados

José Leonardo Rincón Contreras
José Leonardo Rincón, S. J.

Les conté hace ocho días del caso de mi hermano mayor como un caso excepcionalmente emblemático y les decía que bueno sería llegar a esa edad con esa lucidez y esa jovialidad. Enterado de mi escrito, Toño se hizo sentir con el suyo para agradecerme, explicarme por qué su alma de niño y cómo había sido, ni más ni menos, el famoso padre Félix Restrepo, entonces presidente de la Academia de la Lengua, quien lo había entusiasmado en su idea de la revolución ortográfica. Su elocuente escrito me ratificó su lucidez, buen humor, además de su condición de cibernauta. Olvidé contarles que todos los días, disciplinadamente, a las dos de la tarde, se sienta a llenar al menos dos crucigramas.

Por otro lado, mis compañeros de colegio comienzan a celebrar sus jubilaciones. Han cumplido los requisitos estipulados para obtener su pensión: edad, semanas cotizadas y demás. Felices de cerrar su ciclo laboral, se preparan para descansar y dedicarse a otros asuntos. Y al verlos uno piensa que es justo premiar su entrega de todos estos años sirviendo desde tan diversos frentes, pero que es injusto hacerlo en lo mejor de sus años dorados, es decir, cuando más y mejor experiencia tienen. Y caía en cuenta de que la vida tiene sus crueles paradojas porque cuando se es joven y se quiere cambiar el mundo porque se cuenta con fuerzas, pasión y ánimos, se adolece de conocimientos y experiencia. Y cuando se es viejo y ya se tienen los conocimientos y, sobre todo, la experiencia, como ya no se tienen las mismas fuerzas, por esta última razón y dizque para abrir campo a la nueva fuerza laboral se nos manda al archivo.

Doy por descontado que no estoy descubriendo el agua tibia y que las sociedades inteligentes ya han reflexionado sobre el fenómeno. En verdad es un absurdo y no dudo que, en buena medida, por eso mismo nuestra evolución como especie esta ralentízada. No me imagino ni a marcianos, ni a plutonianos, ni a los habitantes de la Galaxia XYZ, jubilando su gente cuando están en su mejor momento, en los años dorados de su existencia. Toda una vida estudiando, aprendiendo, ganando cancha y cuando ya están a punto, a la basura. Absurdo. Y es ahí, en ese justo momento, cuando debería haber una maravillosa sinergia en la que confluyan, sumen y multipliquen lo mejor del conocimiento y las virtudes. Ese sería el atinado momento para detonar un big bang de ciencia y sabiduría conjugadas. Este mundo sería otra cosa.

Lo comprobé esta semana con un amigo ingeniero, recién jubilado, toda una autoridad en su materia y a quien precisamente por su idoneidad profesional sus jefes en la empresa no querían que se diera de baja. Inteligentes ellos sabían que estaban perdiendo uno de sus mejores hombres. Impotentes ellos no pudieron reversar la dinámica laboral existente. Pero esa es la realidad que vivimos. Sabiendo entonces de su sabiduría y experticia le pedí asesorarme en unos temas y vaya lecciones que nos dejó. Y así podría aqui enumerar muchos casos de gente que, en el esplendor laboral profesional de sus vidas, entra en receso cuando más podrían ayudar, se les mira con desdén por ser cuchos viejos, con lastimera compasión por estar dizque en la tercera edad, ya jubilados pensionados, abocados al cuarto de San Alejo. ¡Qué desperdicio!

domingo, 11 de agosto de 2019

Isla Fuerte


Por Andrés de Bedout Jaramillo*

Andrés de Bedout Jaramillo
Aunque, desde que me jubilé hace unos meses, aprovecho para salir a paseos y aventuras con los amigos que me he ido reencontrando en la vida y ni hablar de los nuevos que me voy encontrando en el camino. En este tiro nos fuimos para Isla Fuerte en el Caribe.

Viajamos por la carretera a Urabá, unas dos horas más de camino que por la carretera tradicional por la que siempre se viaja a la costa.

La diferencia entre ambas la hacen los paisajes y la soledad, espectacular y misteriosa en su recorrido.

Isla Fuerte pertenece al departamento de Bolívar y fue descubierta hace como ciento diez años, por cuatro pescadores que salieron de faena desde la Isla de Barú. Encontraron tierra, vegetación y agua dulce, regresaron por sus familias y se repartieron la isla entre los cuatro.

Hoy tiene como tres mil habitantes, que realmente en época fría de turismo no se ven, como tampoco se ven policías, ni cura, solo una paz y una tranquilidad, donde el ruido de la brisa, el mar y el intenso sol hacen como si el tiempo se detuviera.

Esta espectacular situación ha ido generando una serie de emprendimientos, hoteles para el disfrute de la paz y la tranquilidad, que solo la naturaleza nos puede dar.

Personas jóvenes del interior de nuestro país y de otros países, se han ido instalando en la isla y con intención de quedarse, trabajando en los hoteles que allí existen, para todos los gustos y estratos, atendiendo turistas nacionales y extranjeros.

La demanda le ha abierto las puertas a particulares que hoy tienen sus contratos fijos en los programas eco turísticos, con meditación, yoga, comida sana y silencio, que están tan de moda entre los jóvenes.

Hace como diez años, aprovechando una laguna de agua dulce, trataron de montar el acueducto, que al parecer no funcionó. Hoy se sigue utilizando el agua gorda, que no permite que el jabón haga espuma, pero abunda en la zona por el nivel freático natural y sirve para el aseo. Además, almacenan agua lluvia para el consumo y la preparación de los alimentos.

También montaron una planta de energía solar, que al parecer no tiene las baterías suficientes que permitan un cómodo abastecimiento. La energía sigue siendo la que generan las viejas plantas Lister de toda la vida, que a bajas revoluciones, abastecen los generadores que permiten las comodidades que nos regala la energía eléctrica.

Nos encontramos con unos amigos que llegaron de Cartagena en un velero de unos 30 años de construido, en perfecto estado, con todas las ayudas para la navegación a vela. Nos permitieron acompañarlos en su regreso a Cartagena, francamente no duramos mucho, la sensación de mareo nos pudo. Definitivamente navegar, no es como en las películas, el vaivén del barco requiere de mucha paciencia, concentración y no ser propenso ni al desespero ni a la claustrofobia. Cualquier barco es muy pequeño frente a la inmensidad del mar y si bien la vela principal izada mitiga un poco el vaivén, cuando no hay viento, el mareo y esa rara sensación, por lo menos a mí no me gustó, y eso que fue mucho lo que navegué en el Pacifico y en el Caribe con mi hermano Santiago consiguiendo pescado y langostas.

Ya no se ven en el fondo del mar la cantidad de pescados, corales, caracoles y demás especies que hace 45 años veíamos; antes nuestra fuente de ingresos era el mar, hoy son los cultivos de peces. Todo cambio, ¿que más seguirá en el futuro?