José Leonardo Rincón, S. J.
Muy bueno vivir en un
país donde mucho, por no decir todo, está por hacer. Hemos crecido, hemos
evolucionado, hemos mejorado bastante, pero todavía "falta mucho pelo
pa’l moño" como para decir que estamos bien.
De joven escuché que las
tasas de suicidios más altas estaban en los países más desarrollados, donde
casi todo era perfecto, me decían "bosques de justicia, pero desiertos
de amor". La pregunta obvia era, ¿por qué se suicidan entonces? Pues
porque se aburrían en medio de tenerlo todo, porque no le encontraban sentido a
la vida, porque no había una razón o un motivo para luchar, porque viviendo en
medio de tantos solo se sentía soledad y falta de amor.
Y entonces, uno mira
para acá y en contraste piensa que aquí está todo por hacer. Un país patas
arriba, descuadernado, lleno de males de todo tipo, lo único que muestra
claramente es que tiene abundantes razones de peso para rehacerlo,
transformarlo, construir mejores estándares de vida para todos. Mejor dicho,
trabajo es lo que hay.
Lo maluco del cuento es
que la gente recién estudiada, recién graduada, ya quiere ser gerente,
presidente y tener salarios millonarios. Pocos de quienes están bien preparados
piensan hacer carrera, se pretende estar rápidamente en el curubito, ganando
mucho y con poco esfuerzo. Estuve en la junta directiva de una importante
empresa de tecnología que tenía una rotación anual de su personal superior al
35 %: la gente joven que llegaba allí no duraba mucho porque otros se los
llevaban duplicando o triplicando sus ya buenos salarios. Claro, es un sector
muy competido, pero no deja de ser perversa esa loca carrera salarial.
Al mismo tiempo, en el
mercado laboral también hay mucha gente con títulos de pregrado y posgrado,
pero cuya formación deja mucho que desear. Tienen los cartones y la supuesta
preparación, pero va uno a ver y lo que encuentra es una rampante mediocridad:
no saben leer, no son capaces de redactar una página, les da miedo hablar en
público, no sostienen una conversación de cultura general, pierden el tiempo
pegados a un celular devorando basura mediática, aislados en su mundito no
soportan un trabajo demandante, no toleran que haya calidad y exigencia, dejan
tirado el empleo porque para ellos la estabilidad laboral no es una aspiración
y después pasan meses desempleados quejándose de que conseguir trabajo está muy
duro.
Son, pues, dos
realidades que coexisten simultáneamente. Poca gente bien preparada que sabe
que sabe, pero que no quiere esforzarse, solo quiere mandar y pasarla bueno y
mucha gente mediocre que no aspira superarse, instalados en su zona de confort,
viendo pasar la vida, haciendo las cosas a medias...
Por suerte también hay
gente joven inteligente y entusiasta, con las pilas puestas, que le mete el
hombro a causas que valen la pena, con constantes deseos de superación y
crecimiento, que saben que hay que trabajar duro para salir adelante y llegar
lejos, ser felices y realizarse en la vida. Esa gente me gusta y alienta la
esperanza de un país mejor. Ojalá no fuese la excepción sino la regla. Por eso
sigo creyendo en el valor de la educación y que esta sea de calidad, porque
trabajo sí hay, pero requiere gente no solo bien formada sino, también, con
ganas de gastar su vida construyendo país.
 
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