viernes, 4 de abril de 2025

Por la bella villa

José Leonardo Rincón, S. J.

Estar en Medellín resulta siempre grato y reconfortante. Lo he hecho a lo largo de mi vida muchas veces, pero también he de decir con orgullo que en tres ocasiones he vivido en la ciudad de la eterna primavera: recién nacido, durante mi noviciado en la Compañía de Jesús, y cuando estuve seis años como rector del Colegio San Ignacio. ¡Inolvidable!

Mucho podría decirse o escribirse sobre esta bella villa, instalada a lo largo y ancho del valle de Aburrá. Cuna de una cultura que ha logrado extraordinarias realizaciones, pero que también ha sufrido la desgracia de quienes dejaron de lado principios y valores ancestrales, y optaron por el camino corto del dinero fácil.

Ciudad de contrastes, se ha convertido en la capital de la montaña. El clima primaveral se ha tornado más cálido por la densidad de la población, el increíble aumento de la movilidad vehicular y la proliferación de torres de edificios, que la convierten en la ciudad donde más del 75 % de su gente vive en propiedad horizontal: toca hacia arriba porque ya no hay cabida hacia los lados.

Llegaba un caleño muy simpático a Medellín, y el paisa, siempre acogedor, le preguntó de dónde venía, a lo que respondió rápido y orgulloso: “¡De la sucursal del cielo!”. El del carriel, casi sin inmutarse, concluyó: “¡Pues bienvenido a la principal!”. Y es que por esta comarca, el amor por la tierra y por sus gentes hace que la autoestima se eleve y el orgullo regional sea manifiesto.

Cuando Bogotá apenas comienza a otear en el horizonte, después de siete décadas de necesitar un sistema masivo de transporte, Medellín hace treinta disfruta no solo de metro, sino de una "cultura metro", que implica no solo un sistema bien organizado de tren, tranvía, buses, cabinas de cable y hasta escaleras eléctricas, sino principalmente un modo de proceder, un cuidado de lo público y un sentido cívico que comenzó a trabajarse como propósito ciudadano desde 1979, y que cualquier ciudad cosmopolita del mundo ya quisiera tener: espacios impecables, vagones como nuevos.

Aquí la gente todavía saluda en la calle, respeta su turno, hace sentir bien al foráneo y trabaja arduamente por progresar. Claro, ya lo dijimos, no todo ha sido color de rosa. El narcotráfico hizo y sigue haciendo mucho daño, pues envenenó conciencias hasta cancerar la sociedad toda con un tumor que no resulta fácil de extirpar. Males consiguientes, como la corrupción, la trata de personas y otras desgracias donde se permite el “todo vale”, han ido apareciendo y deterioran la positiva imagen que se labró por generaciones enteras.

Con todo, Medellín sigue siendo un vividero muy agradable que bien vale la pena disfrutar. Los hinchas del rojo todavía miran con desconsuelo su dedo índice desgastado sobre la mesa, insistiendo que este año sí, mientras los verdolagas, para pesar de sus detractores, se ratifican como el Rey de Copas.

Hay que seguir viniendo, porque estos aires son saludables y porque grande es el listado de amigos que hay que saludar.