martes, 18 de marzo de 2025

De cara al porvenir: faros en la oscuridad

Pedro Juan González Carvajal
Pedro Juan González Carvajal

Ahora que todos los relatos vigentes están en crisis ante su pérdida de vigencia, situación que ocurre de manera simultánea con la aparición y el apogeo de la llamada inteligencia artificial -IA- con la cual no se sabe exactamente qué es lo que hay que hacer para que no desborde las relaciones entre humanos y entre humanos y máquinas, es bueno detenerse y rendir memoria, culto y tributo a algunos de aquellos lugares, que han sido a través de la historia, verdaderos faros que brillan y sirven para diluir las tinieblas de cada época y servir de guía hacia los puertos seguros que requerimos los humanos para crear civilización, a través del recorrido de la mitología, la memoria, la escritura, la vida en comunidad y los ritos asociativos.

Dicen algunos que lo que más nos diferencia de los animales es el habla, que, acompañada de la conciencia, puede dar lugar al intercambio de ideas, conceptos y reflexiones inteligentes.

A través del tiempo han aparecido lugares, aldeas, ciudades que han servido como punto de encuentro para que expertos o curiosos en diferentes áreas del saber intercambien, a través de la conversación, opiniones y creen y consoliden nuevo conocimiento, usualmente apoyados por los emperadores o reyes de turno.

Obviamente el inventario es ilimitado, pero recurriremos a algunos de los lugares más conocidos que han sentado los cimientos de diferentes civilizaciones.

¿Cuánto le debemos a quienes compartían largas jornadas de reflexión sobre infinidad de temas en la antigua Atenas? Maestros, alumnos, magos, quiromantes, pensadores, artistas, políticos, militares, comerciantes, sacerdotes, todos al unísono discutiendo sobre cualquier tema, sabiendo separar entre opiniones, ideas y conceptos. Recordemos también a Hipatia y su Biblioteca de Alejandría.

¿Cuál no sería la ebullición de ideas en las distintas capitales del Imperio Persa, Pasargada, Susa, Babilonia y Persépolis? Imaginemos la pasión por descubrir lo desconocido y la necesidad de recopilar el conocimiento acumulado y registrado en papiros y tablillas guardados en lo que hoy conocemos como bibliotecas.

Las luces del medio oriente que se iluminan en Occidente teniendo a Córdoba como capital del Califato y como el epicentro de la intelectualidad del mundo musulmán en contacto con el mundo de occidente, todavía hoy nos ofrecen sus destellos.

Ni que hablar de Constantinopla, de Merv -en lo que hoy es Turkmenistán-, de Florencia, de Damasco, de Bagdad, del Aquisgran de Carlomagno, de Chichén Itzá, ni de las ciudades imperiales de China como Luo Yang, Nankin, Pekin y Xi´an.

Qué tal no mencionar a Jericó, a Uruk, a Mari, a Ur, a Yin Xu, a Roma, a Kaifeng, a Pekin, entre otras muchas.

La gran explosión sucede cuando se comienzan a intercambiar avances y conocimientos y cuando aparece la imprenta que permite masificar el registro y la distribución de las ideas.

Pasamos de la escritura manual de escribas y monjes y llegamos a la reproducción a gran escala de textos que servirán para nutrir las bibliotecas públicas y privadas, fuente de discusiones, aprobaciones, críticas, descalificaciones, adherencias y todo tipo de aproximaciones que sirven para impulsar la espiral del conocimiento, a través de tertulias y nuevos textos.

El intercambio va generando o más bien tejiendo redes de pensamiento que se van focalizando y especializando en temas específicos, distribuyendo y circulando libros, cartas, dibujos, cálculos, planos, entre un sinfín de posibilidades que impiden así que la acción de los grupos retardatarios que no han de faltar en cada época, traten de frenar la creación de conocimiento, el derrumbamiento de los mitos y las tradiciones anacrónicas ante la avalancha de las explicaciones científicas, las demostraciones empíricas y sobre todo, que las ideas y las nuevas formas de mirar al mundo comiencen a llegar al populacho.

Es claro que hoy contamos con centros de investigación, con centros de pensamiento, con ciudades destinadas a la investigación y el desarrollo –las llamadas ciudadelas productivas o ciudades del conocimiento– como Silicon Valley, Shanghái, Shenzhen, Guangzhou, la mayoría de ellas impulsadas por el desarrollo económico y el desarrollo pragmático de la ciencia, de la técnica y de la tecnología, relegando muchas veces a un segundo plano a la creación de relatos nuevos, de ideas de cómo los humanos de esta nueva época debemos relacionarnos, de cómo hacer que la economía, la política, la sociología, la filosofía, la sicología, todas las llamadas áreas sociales se puedan integrar con las áreas físicas, biológicas, matemáticas y  tecnológicas para que aparezcan nuevas propuestas que permitan la búsqueda racional y sostenible de la coexistencia, del bienestar, de la igualdad, de la equidad y de la justicia que hemos tratado de fijar como hilo conductor que ordene todos nuestros esfuerzos hacia la construcción de un mundo sostenible.

El arte, la ciencia, la religión, el lenguaje, la tecnología, la mitología, entre otros tantos son los ingredientes básicos que debemos rescatar y potenciar si queremos en verdad, ser artífices y consolidadores de nuevas civilizaciones.

Y, ante todo, debemos rescatar, cuidar y potenciar la curiosidad y que no falte jamás el uso del gran interrogante: ¿Por qué?

¡Es el gran reto que tenemos por delante!

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