Ahora que todos los relatos vigentes
están en crisis ante su pérdida de vigencia, situación que ocurre de manera
simultánea con la aparición y el apogeo de la llamada inteligencia
artificial -IA- con la cual no se sabe exactamente qué es lo que hay
que hacer para que no desborde las relaciones entre humanos y entre humanos y
máquinas, es bueno detenerse y rendir memoria, culto y tributo a algunos de
aquellos lugares, que han sido a través de la historia, verdaderos faros que
brillan y sirven para diluir las tinieblas de cada época y servir de guía hacia
los puertos seguros que requerimos los humanos para crear civilización, a
través del recorrido de la mitología, la memoria, la escritura, la vida en
comunidad y los ritos asociativos.
Dicen algunos que lo que más nos
diferencia de los animales es el habla, que, acompañada de la conciencia, puede
dar lugar al intercambio de ideas, conceptos y reflexiones inteligentes.
A través del tiempo han
aparecido lugares, aldeas, ciudades que han servido como punto de encuentro
para que expertos o curiosos en diferentes áreas del saber intercambien, a
través de la conversación, opiniones y creen y consoliden nuevo conocimiento,
usualmente apoyados por los emperadores o reyes de turno.
Obviamente el inventario es
ilimitado, pero recurriremos a algunos de los lugares más conocidos que han
sentado los cimientos de diferentes civilizaciones.
¿Cuánto le debemos a quienes
compartían largas jornadas de reflexión sobre infinidad de temas en la antigua Atenas?
Maestros, alumnos, magos, quiromantes, pensadores, artistas, políticos,
militares, comerciantes, sacerdotes, todos al unísono discutiendo sobre
cualquier tema, sabiendo separar entre opiniones, ideas y conceptos. Recordemos
también a Hipatia y su Biblioteca de Alejandría.
¿Cuál no sería la ebullición de
ideas en las distintas capitales del Imperio Persa, Pasargada, Susa,
Babilonia y Persépolis? Imaginemos la pasión por descubrir lo desconocido y
la necesidad de recopilar el conocimiento acumulado y registrado en papiros y
tablillas guardados en lo que hoy conocemos como bibliotecas.
Las luces del medio oriente que
se iluminan en Occidente teniendo a Córdoba como capital del Califato y
como el epicentro de la intelectualidad del mundo musulmán en contacto con el
mundo de occidente, todavía hoy nos ofrecen sus destellos.
Ni que hablar de Constantinopla,
de Merv -en lo que hoy es Turkmenistán-, de Florencia, de Damasco,
de Bagdad, del Aquisgran de Carlomagno, de Chichén
Itzá, ni de las ciudades imperiales de China como Luo
Yang, Nankin, Pekin y Xi´an.
Qué tal no mencionar a
Jericó, a Uruk, a Mari, a Ur, a Yin Xu, a
Roma, a Kaifeng, a Pekin, entre otras muchas.
La gran explosión sucede cuando
se comienzan a intercambiar avances y conocimientos y cuando aparece la imprenta
que permite masificar el registro y la distribución de las ideas.
Pasamos de la escritura manual
de escribas y monjes y llegamos a la reproducción a gran escala de textos que
servirán para nutrir las bibliotecas públicas y privadas, fuente de
discusiones, aprobaciones, críticas, descalificaciones, adherencias y todo tipo
de aproximaciones que sirven para impulsar la espiral del conocimiento, a
través de tertulias y nuevos textos.
El intercambio va generando o
más bien tejiendo redes de pensamiento que se van focalizando y
especializando en temas específicos, distribuyendo y circulando libros, cartas,
dibujos, cálculos, planos, entre un sinfín de posibilidades que impiden así que
la acción de los grupos retardatarios que no han de faltar en cada época,
traten de frenar la creación de conocimiento, el derrumbamiento de los mitos y
las tradiciones anacrónicas ante la avalancha de las explicaciones científicas,
las demostraciones empíricas y sobre todo, que las ideas y las nuevas formas de
mirar al mundo comiencen a llegar al populacho.
Es claro que hoy contamos con centros
de investigación, con centros de pensamiento, con ciudades destinadas a la
investigación y el desarrollo –las llamadas ciudadelas productivas o ciudades
del conocimiento– como Silicon Valley, Shanghái, Shenzhen, Guangzhou, la
mayoría de ellas impulsadas por el desarrollo económico y el desarrollo
pragmático de la ciencia, de la técnica y de la tecnología, relegando muchas
veces a un segundo plano a la creación de relatos nuevos, de ideas de cómo los
humanos de esta nueva época debemos relacionarnos, de cómo hacer que la
economía, la política, la sociología, la filosofía, la sicología, todas las
llamadas áreas sociales se puedan integrar con las áreas físicas, biológicas,
matemáticas y tecnológicas para que
aparezcan nuevas propuestas que permitan la búsqueda racional y sostenible de
la coexistencia, del bienestar, de la igualdad, de la equidad y de la justicia
que hemos tratado de fijar como hilo conductor que ordene todos nuestros
esfuerzos hacia la construcción de un mundo sostenible.
El arte, la ciencia, la
religión, el lenguaje, la tecnología, la mitología, entre otros tantos son los
ingredientes básicos que debemos rescatar y potenciar si queremos en verdad,
ser artífices y consolidadores de nuevas civilizaciones.
Y, ante todo, debemos rescatar,
cuidar y potenciar la curiosidad y que no falte jamás el uso del gran
interrogante: ¿Por qué?
¡Es el gran reto que tenemos por
delante!
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