¿Cuál fue el punto
de inflexión? Es difícil detectarlo, pero lo cierto es que la sociedad moderna ha
generado unos niveles de sensibilidad llevados al extremo que hace que las
personas se sientan (¿nos sintamos?) lesionados por situaciones que podrían entenderse
como normales.
¿Cuándo se empezó a
interpretar una llamada de atención del superior jerárquico a su subordinado
como un acoso laboral?
¿Cuándo se empezó a
interpretar un piropo como un acoso sexual?
¿Cuándo se empezó a
entender que una reprimenda de un padre o madre a su hijo es violencia
infantil?
¿Cuándo se empezó a
calificar el regaño de un docente a un estudiante como maltrato?
¿Cuándo se empezó a
creer que los deportistas o los artistas son los responsables de la educación
de nuestros hijos?
¿Cuándo se empezó a
afirmar que la celebración de un gol o un triunfo frente a la hinchada rival es
un generador de violencia?
Estas preguntas,
más otras que no menciono para no herir hipersensibilidades, tuvieron como
detonante dos hechos de los últimos días: la canción creada en colaboración por
un grupo de destacados artistas (si un banano pegado con cinta en una pared es
arte, hay que reconocer que el reguetón también lo es) y las reacciones y
sanciones surgidas por actitudes de futbolistas y el técnico del Atlético
Nacional en los últimos partidos contra el otro equipo de la ciudad.
A lo largo de la
historia la música ha pasado por momentos evolutivos y, quién lo creyera,
géneros como el vals, el bolero y el tango se calificaron como vulgares y hasta
inmorales.
Veamos la siguiente
cita de José Gobello: “luego de la caída de Juan Manuel de Rosas, en Buenos
Aires, las comunidades afroporteñas no pudieron continuar marchando con sus
candombes por la calle y se vieron obligadas a realizarlo en sitios cerrados.
Es en esas condiciones que el baile se transforma, fusionando los cortes y
quebradas característicos del candombe, con la pareja enlazada del vals y la
mazurca. El vals se había puesto de moda en Europa con la novedad de la pareja
bailando abrazada, en las primeras décadas del siglo XIX, desatando fuertes
cuestionamientos en los sectores conservadores por su supuesta indecencia e
inmoralidad, sobre todo en Inglaterra. La mazurca, también de pareja enlazada,
era la danza de moda en 1850. La fusión de estilos dio lugar a valses y
mazurcas bailados con corte y quebrada, sentando las bases coreográficas del
tango: pareja enlazada estrechamente, caminata, corte y quebrada. Esas
características ya estaban definidas en la década de 1860. En Buenos Aires hay
registros de la detención de cuatro varones y dos mujeres por bailar con corte
en 1862."
Es decir, se decía
lo mismo que hoy se dice sobre el reguetón.
Los aficionados al
tango sabemos que algunas canciones de este género tienen un contenido
extremadamente violento, machista y hasta misógino, pero eso no descalifica ni
genera un rechazo social y, creo, hoy no habría un debate acerca de si ciertos
tangos son una invitación a la violencia de género.
Con el reguetón +57
cuya letra es de una ordinariez subida (como la mayoría de las canciones de
carrilera, por ejemplo) se ha afirmado que es una exaltación de la pedofilia y
de la explotación sexual infantil y eso, francamente es exagerar la nota.
Además, aparece con
toda la fuerza la tradicional doble moral de nuestra sociedad: hace unas
semanas cuando llenó durante tres noches consecutivas el estadio Santiago
Bernabeu de Madrid, Karol G era una gran representante de nuestro país y de
nuestra juventud, ahora es un mal ejemplo y una incitadora a prácticas
reprochables. Hombre, ni lo uno ni lo otro. Es una cantante exitosa que a
algunos les gusta y a otros no y no le busquemos más misterios. Lo mismo aplica
para sus colegas que colaboraron en la canción.
Y sobre lo sucedido
en el mundo del fútbol, quienes tenemos algunos años y hemos seguido ese
deporte por decenios, recordamos el primer partido de Víctor Campaz como
jugador de Nacional contra su exequipo Santa Fe en el Campin, cuando marcó un
gol y fue a cantarlo al banco rival…y no pasó nada. Y ejemplos como este son
muchos en diferentes países del mundo.
Ahora a Edwin Cardona
lo sancionan por besar el escudo de su equipo frente a la tribuna de los
hinchas rivales… y al técnico Juárez por su celebración a la terminación del
partido en el que su equipo clasificó a la final de la copa Betplay (ah, pero
para la Dimayor es normal que una empresa de apuestas sea su gran patrocinador.
¡Fariseos!). Ambas actitudes son calificadas como incitadoras de violencia.
La sanción al
técnico Juárez merece párrafo aparte pues es un ejemplo de estupidez supina.
Una multa (puede que hasta allí sea razonable) y una sanción de tres años para
entrar a cualquier escenario deportivo. ¿Entonces dónde queda el derecho al
trabajo? ¿Va a dirigir desde el Teatro Metropolitano o desde el Pueblito Paisa?
Qué irracionalidad y qué desproporción. Además, si de incitar a la violencia se
trata, esa sanción es más provocadora que el beso de Cardona y la celebración
de Juárez. Ojalá se corrija pronto ese esperpento que fue descalificado hasta
por el propio alcalde. Y qué bueno que se tuviera en cuenta que las
instituciones deben respetarse, pero cuando esas instituciones se minan a sí
mismas con actuaciones tan arbitrarias y absurdas, se pierde credibilidad y,
como consecuencia, se pierde respeto.
Y, de nuevo, la
doble moral: algunos inefables periodistas deportivos se van lanza en ristre
contra el jugador y el técnico y los destrozan en sus programas televisivos y
radiales y, pregunto yo: ¿no son ellos unos de los mayores generadores de
violencia con sus comentarios sesgados, subjetivos y, a veces,
malintencionados? ¿No están incitando a la violencia contra Cardona y Juárez y
contra el equipo al que pertenecen, en los diferentes estadios en los que se
presenten de aquí en adelante?
En fin, son las
realidades de los tiempos modernos y habrá que aceptarlas. Por ahora, hinchas
del Verde, cantemos: ¡Navidad sin los rojos, qué feliz Navidad! (y al contrario
lo podrán cantar con todo su derecho los hinchas del DIM cuando el eliminado
sea Nacional y yo, en lo personal, no lo tomaré como una ofensa ni me sentiré
agredido. Son cosas del fútbol).