Por José Leonardo Rincón Contreras*
La
llegada de la izquierda al Gobierno de la nación suscitó toda clase de
expectativas. Desde los que salieron corriendo del país porque esto se volvería
otra Venezuela con el castrochavismo en el poder, hasta los que idealizaron
esta asunción como si hubiese acontecido el reino de Dios en la tierra y ahora
sí todo sería diferente.
El
Gobierno del cambio se encontró con que sólo hubo cambio de gobierno. Una cosa
es estar en campaña política y otro llevar las riendas del Estado. Las cosas no
han sido ni serán fáciles. El control del Estado por el Gobierno de turno no es
un asunto simple y de ligera resolución. Contar con un equipo sólido y
consistente, armónico y coherente, que pueda ser orientado y puesto bajo
control, ha sido uno de los dolores de cabeza que han tenido que padecer. Los
primeros nombramientos por ser gente de experiencia generaron tranquilidad,
pero los siguientes o no se han dado o muestran que no es fácil encontrar los
perfiles deseados.
El
tema de la institucionalidad no es un asunto menor. Las competencias de cada
poder se hacen sentir, ni el legislativo es un títere, ni el judicial es
subalterno. La barrida en las fuerzas militares y de policía trastornó la
juiciosa fila india que llevaba años esperando y justos quedaron tendidos en el
camino por culpa de pecadores. El ministro de Defensa hace honor a su nombre comenzando
por casa y denunciando los excesos de la guerrilla. Acabar con la dependencia
económica del recurso petrolero no es cuestión de un plumazo. Las relaciones
internacionales, por lo complejas, deben ser respetuosas. Ni USA y los suyos
son enemigos, ni el otro eje son la fantasía. Los primeros cuidan que haya
buenas y fluidas relaciones y los segundos son puestos en evidencia sobre el
manejo de derechos humanos. Las necesidades económicas obligan a estar bien con
todos.
Los
gobiernos están de paso y son de coyuntura. El Estado es estable, pesado,
paquidérmico, de estructura. No deja de sorprender, en consecuencia, que los
mismos insatisfechos con la derecha, lo estén ahora con la izquierda. Y que las
protestas sociales no se vean como alboroto politiquero de revoltosos
manipulados ideológicamente. El hambre, el desempleo, la falta de justicia
oportuna, la insoportable inflación, la desgracia de la corrupción y todo el
rosario de males que padecemos no tienen color político y agobian, como
siempre, a los más débiles y vulnerables, a los pobres.
Criticar
siempre es cómodo y fácil. Ver los toros desde la barrera es sabroso. Pontificar
sobre lo que se debe o no se debe hacer produce ególatra satisfacción. Pero
súbase al poder y descubra que las cosas no van sobre ruedas, que no basta
tener un nombramiento para haber hecho ya la gestión, que no todo es color de
rosa, que hay poderosos intereses ocultos, que los amigos interesados abundan,
que no se puede hacer todo lo que se quiere, que el tiempo es corto, que los
recursos no siempre están, que hay enemigos gratuitos y detractores naturales, que
hay quienes están prestos a poner la zancadilla para que caigas, que los amigos
leales son pocos…
Pasen
los gobiernos que pasen, serán impotentes con el Estado si poco a poco no se
contribuye a construir pensando más en el país y sus gentes y en el bien común,
que en los mezquinos intereses particulares, en lucrarse a costa de, en
favorecer solo a unos pocos. Y eso se hace desde la familia y la escuela. Nunca
se dude.