miércoles, 14 de septiembre de 2022

537 millones para la Academia de Historia y 117.000 para De Roux, en 2022…

José Alvear Sanín

Por José Alvear Sanín*

La lengua, el folklore y la historia están entre los factores que integran una nación. La importancia del estudio de la historia conduce a la pregunta acerca de la libertad con la que debe escribirse, tema sobre el que, a mi juicio, nadie se ocupó antes de Lenin.

Por incontables siglos la historia se basaba en la acumulación de relatos que, poco a poco se fueron codificando al servicio de los estados nacionales. A medida que estos se consolidaban, la historia se alineó con ellos y con sus gestas guerreras e imperiales, pero a nadie se le ocurrió que el gobierno tuviera la función de definir la historia y de atribuirse la última palabra sobre los acontecimientos pretéritos. Estos seguían siendo objeto de versiones y visiones diferentes, libertad que hace apasionante su estudio, porque la verdad absoluta es huidiza. Apenas podemos barruntarla.

En cambio, para Vladimir Ilich la historia es una herramienta para la edificación del socialismo y, por lo mismo, corresponde al partido establecerla, decir qué pasó, por qué, cómo pasó y cómo pasará en el futuro. En función de las necesidades de la revolución, el pasado es maleable y el partido puede modificarlo cuantas veces sea conveniente o necesario.

George Orwell comprendió mejor que nadie el pensamiento de Lenin. Lo resumió entonces diciendo que “quien controla el pasado controla el futuro y quien controla el presente controla el pasado”.

Sobre el control de la historia se edifica el Estado totalitario, que elimina toda competencia ideológica para el partido, sea de las iglesias, sea de las concepciones filosóficas, económicas y sociales diferentes. Como dueño y señor de la historia, el partido la va convirtiendo en una especie de deidad a quien rendir cuentas. Así Kruschev, el 18 de noviembre de 1956, después de masacrar a los húngaros, dirá que “La historia está de nuestro lado y los aplastaremos”, y Fidel Castro repetirá una y otra vez que la historia lo absolverá…

El tema es tan interesante como inagotable. Las Leyes de Memoria Histórica y las Comisiones de la Verdad, pueden, en muchos países, hasta multar y llevar a la cárcel a quienes se aparten de la “verdad oficial”. Esa no existía en Colombia, pero como no puede haber comunismo sin pravda (la verdad), del Acuerdo Final con las FARC nació un engendro burocrático, la “Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición”, formada por una caterva de mamertos comprometidos y presidida por un fementido sacerdote de hipócrita careta evangélica.

El cometido de ese organismo no es otro distinto que el de construir “verdad” a la medida del partido, para que la guerra sea la paz, la libertad sea la esclavitud y la ignorancia sea la fortaleza. Por eso no sorprende que el primer compromiso del gobierno comunista de Petro sea el de indoctrinar con “la verdad“ de De Roux.

La matanza, la violencia, la demolición de la economía, el secuestro, la violación de menores, el aborto forzado, se transforman así en actos virtuosos de los luchadores por la libertad, patrocinados, desde luego, por la inefable teología de la liberación, tan diferente de lo que enseñaban los padres jesuitas en sus colegios, in illo tempore.

Después de imprimir las novecientas y pico de páginas falaces en las que dice que lo negro es blanco, y lo blanco, negro, el protervo cura anuncia una investigación sobre la mafia, cuyo previsible resultado será blanquear a las FARC, el ELN y el Pacto Histórico en todo lo que dice al tráfico del alcaloide.

¡En el presupuesto de 2018 se aprobaron 18.500 millones para la Comisión de la Verdad; en el de 2019 se pasó a 81.480; en 2020 se apropiaron 95.824, y en 2021 se llegó a 117.992 millones para la promoción de la falacia y la tergiversación histórica! En cambio, para la Academia Colombiana de Historia, comprometida siempre con la imparcial investigación de nuestro acontecer, se apropiaron 537 milloncitos de pesos.

En el anterior cuatrienio, entonces, se dilapidaron así 313.796 millones en lo que algunos llaman Comisión de la Mentira y otros, Omisión de la Verdad, antro espeluznante, terrible hueco negro, aspiradora insaciable de recursos públicos que Procuraduría, Fiscalía y Contraloría jamás investigarán, a pesar de las juiciosas observaciones de distinguidos personajes como Jorge Enrique Vélez y María Fernanda Cabal, horrorizados justamente por la asignación de sumas ingentes para la propaganda subversiva.