Por José Alvear Sanín*
No vale la pena discutir
si la revolución colombiana empezó el 7 de agosto de 2022, o quince días
después, cuando Petro “legalizó” de facto los narcocultivos. En un país donde
la toma de fincas productivas en el Cauca, Valle, Vichada y Cesar se hace más
frecuente antes de que se presente en todas partes bajo la mirada complaciente
de las autoridades, que anteriormente estaban instituidas para proteger honra,
vida y bienes, hay que concluir que la revolución ha empezado en serio.
La revolución ha sido
comparada con un alud. Unos copitos de nieve, o unos pedruscos, empiezan a
rodar desde la cima, van arrastrando otros, y con aceleración siempre
creciente, unos centenares de metros más abajo ya constituyen una fuerza
arrolladora.
Comparable al alud, pasada
la primera quincena del gobierno comunista, el movimiento imparable ya ha
minado la estructura agraria, detenido la inversión, castrado las fuerzas armadas,
amenazado la generación de empleo, anunciado la anarquía que sigue a la
eliminación de varios títulos del Código Penal, y establecido el narcoestado,
mediante una serie de fulminantes e inapelables determinaciones, que serán
implementadas por un equipo inadecuado, un congreso embadurnado y una
judicatura cómplice. Los medios fletados y la Iglesia ausente adormecen un país
incapaz de comprender que todo ha cambiado, incluyendo la religión oficial, que
ahora es la agresiva de la Pachamama. Con razón una ministra tóxica ha dicho
que “estamos en un país distinto”.
Si todo esto ha ocurrido
apenas en dos semanas, es necesario dejar atrás la ilusión de que vivimos en un
Estado de derecho y que en cuatro años el país, estragado de errores y
horrores, volverá electoralmente a la buena senda de la democracia y la
libertad.
Con la anunciada “reforma
política” y con los algoritmos de la Registraduría, los comunistas no tendrán
ninguna dificultad para quedarse indefinidamente en el poder, como ha pasado
siempre en los países que padecieron ese régimen o aún lo sufren. El propio
Petro, hace algunas horas, ya volvió a insinuar que “cuatro años son
insuficientes para cambiar el país”.
Ahora bien, la última
oportunidad de recuperar la democracia tiene una fecha próxima, el 29 de
octubre de 2023, día de las elecciones para gobiernos locales. Si las regiones
y ciudades votan contra el comunismo en esa fecha, Colombia podría todavía
salvarse. De lo contrario, el narcoestado revolucionario se consolidará
indefinidamente.
El comunismo no soltará
fácilmente a Bogotá, Cali y Medellín. Tienen el poder, saben hacer el fraude,
manejan las maquinarias y la aplastante propaganda. Aunque llevan todas las de
ganar, esa última batalla tenemos que darla para vencer.
Pero para ganar elecciones
se necesitan candidato, programa y determinación. Es decir, todo lo que
culpablemente no se tuvo para detener a Petro. Se dejó todo al azar y a la
buena ventura, a pesar del previsible resultado, que los políticos y
empresarios no quisieron ver.
Pero no lloremos sobre la
leche derramada, porque el tiempo apremia.
A partir del próximo enero
hay que tener candidatos viables, aguerridos y coordinados en cada uno de los
departamentos y municipios.
En Antioquia escoger
candidato a la Gobernación es sencillo. Algunos hablan del expresidente Uribe
Vélez. Puede ser, aunque otros piensan en Federico Gutiérrez. Para alcalde no
se ve todavía la figura, pero urge encontrarla. ¡No más desmanes de Pinturita y
su combo rapaz!
No puedo opinar sobre la
capital, despedazada por la descobalada señora, ni sobre la desventurada Cali
del extremista. Con mayor razón ignoro cuáles sean las personas requeridas en
los demás departamentos. Por tanto, me limito a opinar que en cada uno de ellos
es preciso proclamar con urgencia candidatos capaces de triunfar.
El pésimo gobierno puede
ser derrotado en octubre del próximo año, si hay un movimiento nacional de
auténtica recuperación institucional, patriótico, desinteresado, no partidista,
articulado y confiable. No podemos aceptar que el 29 de octubre de 2023 haya
otra elección abigarrada, donde numerosos grupúsculos más o menos democráticos
sean barridos y borrados por las fuerzas petristas, castrochavistas y del
narcotráfico.
Si no queremos nuestra
propia “revolución de octubre”, hay que triunfar el 29 de ese mes, el próximo
año. De no lograrlo, la barbarie ya no tendrá reversa y la tragedia de
Venezuela, al lado de la colombiana, será un juego de niños.
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En los tiempos que corren
es más conveniente tener prontuario que curriculum vitae…
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En vez de publicar sus
enrevesados fallos en 27 lenguas indígenas, haría bien la Corte Constitucional
en traducirlos al español.