Por José Alvear Sanín*
Después de la credencial entregada
por la Registraduría a Petro y de la apresurada estampida de políticos y
congresistas para acomodarse con él, la actitud correcta —me parece— es la del
expresidente Uribe de wait and see...
El hecho de comprender esa posición
no puede, por otro lado, inhibir la expresión de nuestras opiniones, siempre
con el debido respeto por los amables lectores.
Se ha puesto de moda exclamar ¡Si a
Petro le va bien, a Colombia le va bien!, que nos parece tan superficial como
distractora de la situación real.
En primer lugar, ahora la gente
escudriña el programa presidencial de Petro, que realmente es su programa
“explícito”, redactado con finalidad electoral, algo menos tóxico que el
programa “implícito”, configurado en la vida política del personaje, su
confesada ideología, sus amistades; sus declaraciones, imprudentes e insensatas
con lamentable frecuencia, y su reconocida mitomanía.
Nadie votó a favor ni en contra del
programa explícito, que en realidad no fue discutido, pero medio país votó
contra el programa implícito, es decir, el del candidato del Foro de Sao Paulo,
de los “comunes”, los cocaleros, la “negociación” con el ELN, la interdicción
de las fumigaciones, la demolición de la industria de los hidrocarburos y la
convocatoria de una Constituyente.
Si las fuerzas democráticas se
hubieran unido oportunamente con un candidato viable, el país hubiera votado
masivamente contra el programa implícito. Pero como no hubo un frente común
organizado y sólido, ganó Petro y el país tendrá muchos años para lamentarlo.
Entretanto, en lugar de llorar por
la leche derramada, hay que reflexionar en torno a la nueva realidad política. Es
la hora en que no sabemos si Petro va a gobernar con su programa implícito, con
el explícito, con una combinación de ambos, o contra sus programas. La última posibilidad,
la más remota, es la gran ilusión de quienes esperan que siga la línea AMLO.
Ahora bien, hay incontables
variables, que ya irán produciendo los hechos que determinarán el margen de
apoyo o de oposición.
Volvamos sobre la expresión de “¡Si
a Petro le va bien, al país le va bien!”, que no pasa de ser un eslogan
momentáneo y superficial. Para analizarla, primero debemos preguntarnos qué es
“irle bien a Petro”, y qué es “irle mal”.
Si Petro tiene éxito parlamentario
y mediático aplicando su programa implícito, podríamos decir que le “iría bien”
a él y aterradoramente mal al país. Pero si aplica exitosamente su programa
explícito, a él le “iría bien” y al país “le iría” mal.
Contrario sensu, podríamos invertir
los términos para decir que, si al país le va bien, a Petro le va mal.
Para que bajo su Presidencia al
país le vaya siquiera regular, él tendría que renunciar a su política contra la
exploración, explotación y exportación de hidrocarburos, y desistir de la
recaudación de 75 billlones para la repartición improductiva y demagógica, que
eliminaría el ahorro y el desarrollo.
No parece posible que renuncie a
sus dos propuestas fundamentales. Lo más probable entonces es que matice algo
su irresponsable actitud contra nuestra principal e insustituible industria, y
que se contente con una exacción —digamos— de apenas 50 billones...
En fin, si las dosis de populismo y
despilfarro se limitan y si se conserva la autonomía del Emisor, podríamos
pensar que al país y a Petro les iría regular, porque si aplica la receta
íntegra, a él le iría bien pero el país experimentaría los estertores de la
economía que preceden al colapso, el hambre y el despotismo totalitario.