viernes, 6 de mayo de 2022

Madre solo hay una

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Todos hemos escuchado alguna vez “mi mamá es la mejor mamá del mundo”. Cualquiera diría que tan radical expresión es una exageración producto del sentimiento agradecido que los hijos tienen por sus madres. No es un exabrupto, es la verdad.

Las mamás son lo más parecido a Dios mismo. Con razón Juan Pablo I, el Papa catequista, dijera que Dios es Padre, pero sobre todo Madre. Y que un teólogo de la talla de Leonardo Boff escribiera un libro sobre el rostro materno de Dios. No para sorprender con un matriarcado celestial sino para evidenciar que las madres son tan únicas y excepcionales que no es blasfemo afirmar los característicos rasgos de femineidad de nuestro Dios.

Este domingo celebraremos el día de la madre. Ese día, nuestros sentimientos hacia ella se alborotan. ¿Cómo no agradecerle habernos llevado nueve meses en su vientre y haber dicho sí permitiéndonos nacer y vivir esta vida?

¿Cómo no reconocer su amor por nosotros con todos sus trasnochos, sus sacrificios, su trabajo de todos los días, su ingente capacidad de servicio, sus caricias, su ternura, su fortaleza en la adversidad, su generosidad a toda prueba, su preocupación constante, su sonrisa sincera, su exigencia?

Puede uno estar ya viejo, pero las mamás lo seguirán viendo a uno como su niño. Que hay que cuidarse, que se abrigue que se resfría, que si ya comió, que mi Dios lo bendiga, que ojo con esa persona que no le conviene… Tienen ellas tal conexión eterna con sus hijos que ni los hijos mismos lo saben. Es como si el cordón umbilical ahora fuese inalámbrico o funcionase por WiFi. Se las pillan todas: si uno está triste o con un problema, si está enfermo, si le pasa algo. Poseen unas antenas increíbles y son medio brujas: no se les escapa nada, así uno no se los diga.

Decía un villancico que “quiso Dios ser niño porque allá en el cielo no tenía con quién jugar, porque allá en el cielo no tenía mamá” y por eso se buscó la mejor mamá del mundo, la más grande y también la más humilde, la más feliz y también la más sufrida, la más sencilla y también la reina y señora. A la incomprendida con un embarazo de origen extraño, la más sufrida a la hora del parto, la angustiada en su huida a Egipto, la preocupada de Caná, la golpeada por las humillaciones a su hijo y su posterior asesinato, la dolorosa ante el cadalso de la Cruz, la que mantuvo firme la unidad del grupo apostólico, la madre de la Iglesia…

Es verdad, madre solo hay una y somos lo que somos en gran medida por la impronta que ellas han dejado en nosotros. Las madres expresan la misericordia profunda de Dios que cree, comprende, entiende, excusa, es paciente, se sacrifica. Aman generosamente sin discriminaciones odiosas o distinciones, puede ser un hijo motivo de orgullo o la oveja negra y calavera, los aman por igual. Son definitivamente excepcionales, únicas. Por eso decimos, madre solo hay una. ¡Felicitaciones a nuestras mamás!